«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

sábado, 19 de enero de 2008

¿Cuánto cuesta...?

En muchas ocasiones se reaviva la polémica entre si los cursos, terapias y demás mercadotecnia de productos espirituales deben o no tener precio. Veamos si es posible una reconciliación entre ambos puntos de vista porque creo que en esencia ocurre básicamente lo mismo que entre vegetarianos y no vegetarianos (véase una entrada anterior).

Los partidarios de las cosas gratis se amparan en planteamientos del tipo: “lo que es auténticamente espiritual debe darse gratuitamente y no debe tener precio; todo aquello a lo que se le pone un precio está corrompido por los intereses económicos de este mundo tan ruin e injusto” (exagerándolo un poco). Evidentemente este es un planteamiento ascendente del tipo “huida hacia las esferas superiores” amparado en filosofías como la de la Bhagavad Gita y del “dar sin esperar nada a cambio”, que de alguna manera quiere construir una realidad nueva y beatífica en contraposición al mundo de todos los días.

Pero este planteamiento es sumamente ingenuo porque si bien mantiene un ideal que sí es propio con seguridad de los dominios espirituales se olvida de que esa visión se sustenta y se enraíza en las estructuras económicas y sociales ordinarias actuales, y que desde esa conciencia ordinaria en la que nos encontramos la mayor parte de nosotros por lo general las cosas no se dan sin esperar nada a cambio. De hecho la Naturaleza, Dios, la Diosa o como quiera que concibamos a la divinidad no solamente es dadora de vida sino que también es ejecutora de muerte. Dar y tomar, por tanto, es algo a lo que nos hallamos bastante acostumbrados. Es posible que las estructuras sociales y económicas del futuro (las cuales es posible que funcionen sin dinero, lo cual, dicho sea de paso, creo que está a años luz del presente) sean más espirituales pero es evidente que las de hoy no lo son.

Los que prefieren cobrar (y en muchas ocasiones cobrar demasiado) se asientan en planteamientos diametralmente opuestos, como por ejemplo: “cobrar es legítimo y necesario mientras estemos en este mundo porque a fin de cuentas el dinero es una forma más de energía (ignoro de qué tipo) y si no lo hacemos nadie valorará lo que se da”. Está claro que este punto de vista es mucho más terrenal y a través de él parece que se quiere dar a entender que el dinero no debe ser un impedimento para desenvolverse en terrenos espirituales.

El inconveniente y el peligro de este planteamiento es que corre el riesgo de acabar poniendo un precio a todas las cosas y apegarse exageradamente a todos esos beneficios económicos olvidándose de muchos valores y de otras cuestiones que por definición no lo tienen, y por tanto olvidándose de que de lo que se trata es de trascender las actuales estructuras en las que nos hallamos inmersos.

Desde mi punto de vista la solución suele ser, como casi siempre, el camino del medio, tener en cuenta los dos puntos de vista sabiendo que nos hallamos con los pies en este mundo pero con la mirada puesta más allá de él. Creo que las estructuras de este mundo cambiarán no intentando fabricar un modelo alternativo desde fuera de ellas sino desde su mismo seno. Como he dicho muchas veces creo que no se trata tanto de alcanzar un mundo más espiritual como de espiritualizar nuestro mundo actual.

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