«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

jueves, 3 de enero de 2008

Órdenes Iniciáticas y Nueva Era

Tal vez sea interesante preguntarse el papel que pueden tener determinadas órdenes iniciáticas del pasado y del presente en la transformación de la conciencia y en la transformación planetaria tan anunciada en los círculos de la Nueva Era. Me refiero a todo tipo de organizaciones herméticas y secretas (me vienen a la cabeza la Orden del Temple, la Orden Rosacruz, etc., por citar tan sólo estos dos ejemplos bastante bien conocidos). Ignoro los entresijos y el fundamento de estas dos organizaciones, pues nunca he pertenecido a ellas. Lo cierto es que abundan todo tipo de escuelas de tipo sectario u otras incluso anónimas, por lo general siempre establecidas en torno a la figura de algún que otro supuesto maestro espiritual o gurú (aunque también es probablemente cierto que no podemos incluir a todas en la misma categoría).
Las pretensiones de todo este tipo de organizaciones puede parecer a primera vista absolutamente legítimo, puesto que una de las funciones que se les suele atribuir es la preservación, conservación y/o difusión de ciertos conocimientos de tipo esotérico entre los supuestos iniciados u elegidos, un conocimiento que de otro modo podría muy bien “corromperse” e incluso “perderse”. Al menos ésta parece ser la tesis de estas órdenes.
Por lo demás suelen hacer gala y vanagloriarse de poseer un conocimiento (no lo dudo) que el ciudadano de a pie no tiene, aprovechando esa situación para tratar de difundir la supuesta verdadera doctrina (en muchas ocasiones la única válida) entre los aparentes ignorantes. La impresión que siempre da cuando uno se topa y trata con muchas de estas organizaciones (y lo digo por experiencia) es que ellas parecen ser las que están en posesión de la única verdad y el único conocimiento y que verdaderamente les encantaría que todo el mundo se uniera a sus filas, porque en definitiva ese parece ser el objetivo más alto que se marcan, en otras palabras, el establecimiento del bien y del orden en tan corrompido y corrupto planeta, y para ello, por supuesto, se necesita la colaboración de un salvador de uno u otro tipo. Esa es la transformación planetaria que intentan vendernos, una en la que no somos más que marionetas de unos dirigentes que casi siempre desconocemos en nombre de tan nobles y elevados ideales. Pero esa es también por otra parte la meta de muchas religiones. En muchos casos me atrevería a decir que se trata de un fundamentalismo solapado del que una vez dentro resulta muy difícil salir. Y no sólo eso, ese es justo el tipo de estructuras y de mundo del que deseamos salir, un mundo anclado en unas estructuras básicamente arcaicas y regresivas.
Desde luego afiliándonos a la locura de estas organizaciones no sólo no arribaremos a un nuevo mundo si no que sin duda regresaremos a un pasado que hace tiempo debimos dejar atrás, con el inconveniente de que de paso nos habremos perdido a nosotros mismos en esa aparentemente noble cruzada.
Evidentemente, este tipo de organizaciones se alimentan de nuestro desconcierto y de nuestra inocencia en este tipo de andaduras.
Mi recomendación para todo el mundo cuando se inicia en un sendero espiritual es que busquen información sobre qué tipo de escuelas u organizaciones promueven las enseñanzas que uno recibe, y evidentemente si hay un maestro o maestros detrás de todas ellas, en definitiva una información sobre las fuentes de ese supuesto conocimiento. Si el silencio es la respuesta no podemos dudar de que la cosa huele a rancio desde sus mismos inicios a pesar de todas las justificaciones que puedan presentarnos sus dirigentes, porque sin duda el conocimiento no es propiedad de nadie, antes al contrario, es de todos. Aún más, con seguridad esos dirigentes aún no han comprendido que el conocimiento no es un bien escaso que debe guardarse y esconderse para transmitirlo a sólo unos pocos sino que es un tesoro único (de cada alma) que ha de crearse (y digo bien, crearse, literalmente) desde el centro de cada ser, un tesoro único e irrepetible, una verdad, bondad y belleza que ningún gurú ni ningún otro líder espiritual nos puede vender (a saber a qué precio). Creo que esa es la verdadera transformación, la maravilla de intuir, de sentir, de comprender, de crear, de ser y de finalmente regalar nuestro único y singular tesoro, algo que, por cierto, ninguna escuela ni ninguna organización que maneje este tipo de conocimientos secretos puede en última instancia ofrecernos.
No, la Nueva Era no vendrá con ese tipo de planteamientos tan imperialistas. El nuevo mundo llegará (de lo cual no tengo ninguna duda) con una auténtica transformación de la conciencia que cada alma deberá ganar desde el corazón, desde el alma y desde la mente, porque la conciencia del planeta es la suma de las conciencias de todos. Por lo tanto el primer paso que puedo sugerir para iniciarnos en esa aventura es la investigación y el estudio de todos aquellos pioneros que en el pasado ya se embarcaron en ese viaje y que son una referencia abierta para todos, la exploración de las sendas que ya están a disposición de todos, no sólo de unos pocos. Y por cierto creo que las vías espirituales implicadas en ese proyecto abundan y por lo general tienen nombre y apellidos, basta con buscar un poco.
No puede haber Nueva Era sin libertad y sin individualidad en todos los sentidos y sobre todo sin una concepción radicalmente nueva de la realidad, en ella entraremos todos, no sólo los elegidos. Creo que el pensamiento de la Nueva Era se basa entre otras cosas en la apertura, no en la exclusividad de determinado tipo de conocimiento, esotérico, científico o del tipo que sea.
Porque en última instancia, ¿quién sabe cómo será el hombre del futuro?, ¿quién puede saber con certeza qué es lo que mejor le conviene al planeta?, ¿cómo podemos pretender transformar la conciencia del planeta desde unas conciencias limitadas, parciales y en muchos sentidos egocéntricas?, ¿cómo podemos pretender tener la arrogancia de saber qué es lo que puede curar nuestro mundo?
Sugiero ante todo racionalidad, es decir, preguntar por qué, cómo, cuándo, dónde, quién… porque pienso que la racionalidad no es el enemigo a combatir, sino el aliado que nos ayudará a trascender y a superar nuestra ignorancia y nuestro dolor.

Tal vez haya sido un poco duro con este tema pero creo que con algunos tipos de planteamientos ya es momento de ser lo suficientemente claro y lo suficientemente crítico. Al margen de todo ello recomiendo a todos los new agers (entre los cuales a veces me incluyo y de los cuales otras veces me alejo) el libro La llamada (de la) Nueva Era (editorial Kairós) de Vicente Merlo. Sinceramente me parece un trabajo estupendo sobre la génesis del movimiento de la Nueva Era, sobre sus líneas de desarrollo y sobre algunas de sus implicaciones.

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