«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

miércoles, 9 de enero de 2008

Vegetarianos

Sin duda hay muchos motivos tanto para seguir una dieta vegetariana como para no hacerlo. En ocasiones se generan discusiones en torno a estos dos puntos de vista. Veamos cómo reconciliarlos.
Desde mi punto de vista el vegetarianismo se asocia básicamente a tres cuestiones, a la filosofía del yoga (idea de la purificación del cuerpo para acceder a estados de una mayor profundidad espiritual), a la idea de una mejora de la salud en general y al tema de la necesidad de ser respetuosos con los animales rechazando el maltrato que casi siempre sufren. Los dos primeros puntos hacen patente la necesidad de alcanzar un estado de ser que de entrada no parece que poseamos, a saber, la espiritualidad y la salud. En concreto en la tradición del yoga podemos decir que se trata de una vía de ascenso y purificación que se sustenta en una creencia del tipo: “busquemos el Espíritu allí donde esta, en lo alto, más allá de los placeres de este mundo y de los alimentos insanos”. Esta visión tiene sin duda sus raíces en las tradiciones ascéticas tempranas (condena del mundo y visión del mismo como un impedimento para alcanzar el Espíritu) y no está exenta de determinados tintes mágicos que todavía hoy perduran de alguna forma, como la idea de que determinados alimentos nos provocan determinados estados, etc. (no niego que sea cierto, pero es necesario realizar una investigación detallada del tema). Podemos ver muchas tradiciones elevacionistas de este tipo en toda la tradición hindú desde las Upanisads hasta hoy: samkhya, yoga, yoga de Patanjali, etc. En contraposición a todas estas tendencias aparecen las visiones descendentes con creencias del tipo: “el Espíritu también está en lo más bajo, exaltémoslo entonces y alcancemos la liberación a través del mundo”, como ocurre en el caso del tantrismo. En este caso estaría justificada la alimentación carnívora y el abrazo de los demás placeres “mundanos”.
Es evidente que las tradiciones ascendentes dan cuenta de un Dios trascendente y probablemente de un impulso evolutivo que sin duda nos acerca al Espíritu, y que las tradiciones descendentes dan cuenta de un Dios inmanente y con toda seguridad nos quieren dar a entender que el Espíritu siempre ha estado con nosotros.
Creo que el debate entre vegetarianos y no vegetarianos puede resolverse teniendo en cuenta ambos puntos de vista, ambos legítimos (ambos verdaderos y falsos a medias, lo cual con seguridad es consecuencia de que la plenitud y el Espíritu es al mismo tiempo trascendente e inmanente). El problema es que por lo general tanto vegetarianos como carnívoros presentan argumentos un poco pobres en la defensa de sus respectivos puntos de vista. Los vegetarianos buscan con demasiada vehemencia el reino de lo superior y de la pureza rechazando de plano la actitud contraria, presentan por tanto un descenso pobre, un abrazo pobre de la realidad (incluidos sus aspectos oscuros). Por otra parte los carnívoros tienen un abrazo demasiado efusivo y se olvidan de la sabiduría del ascenso.
Por lo tanto mi propuesta es que necesitamos un ascenso seguido de un descenso, es decir una especie de vegetarianismo comprensivo y adaptativo, un planteamiento por ejemplo del tipo: “Alimentémonos habitualmente de alimentos puros y beneficiosos porque sabemos que con ellos aumentará nuestra calidad de vida pero teniendo en cuenta que vivimos inmersos en una macroestructura social, la cual es posible que nos exija cambiar de hábitos de vez en cuando, hábitos a los que nos tendremos que adaptar sabiendo que esa sabiduría que buscamos en lo superior también puede hallarse a través de la ingesta de esos otros alimentos que a veces no nos parecen tan puros”.

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