«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

jueves, 7 de febrero de 2008

El yoga y sus efectos colaterales

A veces me preguntan si el yoga es una terapia. Pienso que desde algunos puntos de vista sin duda lo es, sin ir más lejos ahí están las escuelas de Ramiro Calle y Miguel Fraile, por ejemplo. Sin embargo no creo que el yoga, y en concreto el hatha yoga, fuera diseñado en sus orígenes como una terapia.

Sí que es cierto que en los textos antiguos como el Hatha Yoga Pradipika se menciona toda una serie de efectos beneficiosos asociados a la práctica y se asegura la completa curación de todas las enfermedades, pero todo eso yo lo veo simplemente como los efectos colaterales de la práctica, la consecuencia natural de la misma.

No debemos olvidar que los antiguos hatha yoguis buscaban esencialmente ciertos poderes mágicos (siddhis), entre los que se encontraba la inmortalidad, y la trascendencia o liberación (moksha). Por tanto el hatha yoga originario fue ante todo una ciencia esotérica (con no muy buena fama en la India, por cierto, hasta tiempos relativamente recientes) que perseguía la transmutación, digamos, alquímica del ser humano y de la conciencia.

Desde mi punto de vista a lo que podemos aspirar con la práctica del yoga en Occidente es, sobre todo, a lo que podemos llamar integración cuerpo-mente, es decir, tener una conciencia corporal-mental unificada, lo cual es algo más que estar meramente en el cuerpo (instintos) o únicamente en la mente (pensamientos).

Por supuesto todo esto nos puede y debe llevar a un acrecentamiento de la percepción del propio cuerpo y de la actividad mental, a un refinamiento, si queremos decirlo así, de los sentidos, a una apertura de las puertas de las intuiciones superiores y de los dominios espirituales, lo cual está francamente bien.

El asunto es que la citada integración cuerpo-mente, si es verdadera y si realmente profundizamos en ella y más allá de ella, nos puede traer sorpresas agradables y otras un tanto curiosas. Digamos que cuanto mayor es el vuelo hacia las alturas y mayor es el hambre de trascendencia mayor es la necesidad de actualizar e integrar las sombras de la mente.

Así pues, mi intención con la práctica y la enseñanza del hatha yoga se limita estrictamente a contribuir a esta integración cuerpo-mente. Dejo a los alumnos y a todos los practicantes que descubran por sí mismos sus posibles efectos terapéuticos.

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