«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

sábado, 29 de noviembre de 2008

Internet y el Espíritu

Últimamente he podido percibir en determinados círculos “alternativos”, y especialmente en algunos ámbitos relacionados con el yoga, cierto rechazo hacia todo lo relacionado con las nuevas tecnologías, principalmente hacia todo lo relacionado con Internet. Algunas veces se trata de un rechazo directo y muchas otras de una extraña mirada recelosa hacia todo lo que suponga encender un ordenador o abrir una cuenta de correo electrónico.

Parece como si con esa actitud pretendieran convencernos de que todo ese asunto tiene muchos más inconvenientes que ventajas, como si participando del milagro de los bits y de todas esas grandes cantidades de información estuviéramos perdiendo algo esencial, como si navegando por la Red fuéramos a perder nuestra genuina humanidad y el contacto con el Espíritu.

Pareciera como si quisieran decirnos: “Volvamos a la vida simple del ayer, dejemos de complicarnos con todas esas dificultades, seamos mucho más auténticos negándonos a utilizar todos esos medios tecnológicos que tanto nos alienan”.

En algunos sentidos no les falta razón, porque efectivamente es muy posible que la tecnología pueda hacernos perder nuestras auténticas raíces y la apertura hacia la simplicidad de la vida. Sin embargo también es cierto que nuestros amigos amantes de la “vida simple del ayer” parecen ignorar que existe una cosa que se llama evolución, un proceso imparable que afecta a todo el universo, incluidas todas las producciones humanas, y que este increíble proceso opera de lo simple a lo complejo (y les recuerdo que complejo no necesariamente significa complicado): de las células a los órganos, y de éstos a los organismos; de las tribus primitivas a las sociedades agrarias, y de éstas a la moderna sociedad de la información. Y éstos son sólo algunos ejemplos.

Creo que a estas alturas nadie puede negar que estemos inmersos en un proceso imparable en el que todos participamos, un proceso que, como digo, también afecta a la tecnología y a todas las producciones humanas. Desde luego es muy posible que muchas cosas se hayan perdido, tal y como nuestros amigos alegan, pero estoy convencido de que son muchas más las cosas que hemos ganado.

En absoluto estoy de acuerdo en que estemos perdiendo el contacto con el Espíritu. En todo caso estamos asistiendo al despliegue del Espíritu a través de muchas formas, incluidas las formas tecnológicas actuales. Así pues, al igual que no podemos negarnos a utilizar nuestros coches porque tengan ruedas, dejar de leer nuestros libros porque estén impresos o viajar a la India para “iluminarnos” porque tengamos que utilizar el avión, tampoco podemos dejar de utilizar Internet porque nos sirva para comunicarnos en un instante.

Porque el hecho de que estemos inmersos en un mar de información que en muchas ocasiones nos desborda no significa que tengamos que perder necesariamente la profundidad de la vida ni que el Espíritu se haya ido de vacaciones. Creo que hemos de acostumbrarnos a las novedades que surgen día tras día, instante tras instante, y comprender definitivamente que en cada momento asistimos a una manifestación radicalmente nueva de un Espíritu que nos sobrepasa y que, casi con certeza, es el fundamento mismo de cada uno de nuestro gestos, de cada uno de nuestros anhelos y de cada una de nuestras realizaciones y producciones, incluidas todas las tecnologías habidas y por haber por muy ásperas que nos puedan parecer.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

El error de Descartes, el error de Damasio

Acabo de darle un repaso al libro El error de Descartes de Antonio Damasio, uno de los neurocientíficos más sobresalientes del momento. Y todo por que sigo tras la pista de las emociones, algo de lo que el propio Damasio se ocupa en el libro. Y no sólo de las emociones sino también de la naturaleza de la mente, de la razón y de la consciencia.

Además de hacer una distinción entre emociones primarias (felicidad, tristeza, ira, miedo y asco) y emociones secundarias, cosa que ya han hecho otros investigadores, Damasio llega a la importante conclusión de que en las emociones participan o están involucradas diversas estructuras cerebrales, desde el tronco cerebral hasta el neocórtex pasando por el sistema límbico; y sugiere que proporcionan el puente entre los procesos racionales y los no racionales, entre las estructuras corticales y las subcorticales.

En la última parte del libro Damasio se ocupa del tema de la consciencia y del problema mente-cuerpo, y es en ese punto donde desde mi punto de vista Damasio fracasa estrepitosamente. Porque a pesar de que en ciertos pasajes del libro deja entrever la posibilidad de abordar todos estos temas desde una perspectiva integral y multinivel, acaba precipitándose y aterrizando sobre sus preferencias empírico-objetivas desde las cuales la mente y la consciencia no se contemplan como mucho más que un mero epifenómeno que surge de la actividad neuronal. Lo podemos comprobar cuando afirma literalmente: lo que estoy sugiriendo es que la mente surge de la actividad neuronal.

Sin embargo vuelve a poner el dedo en la llaga cuando se pregunta: ¿Por qué arte de birlibirloque una imagen del objeto X y un estado del yo, los cuales existen como activaciones momentáneas de representaciones organizadas topográficamente, generan la subjetividad que caracteriza nuestras experiencias?

Desde mi punto de vista es muy posible que esa pregunta no se pueda responder con argumentos cientifistas y objetivistas, y todo por la sencilla razón de que la propia pregunta parte del supuesto de que la subjetividad es producto de la actividad neuronal, un supuesto que puede estar totalmente equivocado. Se da por sentado que el yo surge de los ellos (hablando en términos wilberianos). Sin embargo no puede haber duda de que la experiencia inmediata de la subjetividad es de una cualidad muy diferente a la de todas las conexiones neuronales de las que se la pretende hacer derivar (en otras palabras, uno no experimenta conexiones neuronales ni representaciones organizadas topográficamente), porque no es muy difícil darse cuenta de que la experiencia simplemente es.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Fronteras emocionales

Últimamente me he preguntado, como ya he sugerido en la entrada anterior, cuál podría ser una buena manera de situar las emociones (y por tanto también posiblemente las Flores de Bach) en un contexto evolutivo, desde las más fundamentales hasta las más significativas, desde las más arcaicas hasta las más racionales, lo cual contribuiría a establecer una línea de desarrollo de las emociones que podría ayudarnos a trabajar con las Flores de Bach.

Pero, ¿qué ocurriría si cada uno de esos estados emocionales (cada una de las Flores) tuviera su propia línea de desarrollo, su propia dinámica evolutiva dentro de nuestro propio panorama emocional?

Pongamos por caso Mímulus (el típico estado de miedo a alguna cosa conocida). Se me antoja que nuestra relación con Mímulus bien podría atravesar una serie de fases o fronteras a lo largo del tiempo, unos estadios que tal vez podríamos resumir en los siguientes:

1. Simplemente nos sentimos atenazados por el miedo. Nos vemos arrastrados por la sensación de miedo sin ser demasiado conscientes de cómo hemos llegado a ese estado. No sentimos otra cosa que miedo y lo único que podemos hacer es esperar que esa desagradable sensación desaparezca pronto.

2. Empezamos a discernir claramente las situaciones que nos provocan miedo y logramos atisbar, a hacernos conscientes, de que junto al miedo existe una cosa que se llama valor o valentía. Entendemos que para superar el miedo contamos con una buena dosis de valor a la que tal vez podamos apelar al enfrentarnos a las cosas que tememos.

3. Comprendemos que miedo y valor son las dos caras de una misma moneda, que una no puede existir sin la otra, y que es muy posible que en muchas situaciones se nos presenten juntas. De lo que ahora somos capaces es de manejarnos ante las cosas que antes nos provocaban miedo con el pack miedo-valor de una forma mucho más consciente y mucho más sabia.

4. Hemos logrado integrar el miedo y el valor en nuestra propia estructura psíquica y las situaciones que antes nos hacían temblar son ahora una oportunidad para trascender nuestra propia condición de miedo-valor e incluso para desarrollar nuevas cualidades y valores.

Por supuesto esto podría no ser más que una mera aproximación a una posible evolución de Mímulus, una serie de fases que podrían sucederse a través de una sucesión de fronteras en nuestra propia consciencia. En ese sentido atravesar cada una de las fronteras equivaldría a ingresar en otros tantos paisajes emocionales desde los que Mímulus se contemplaría desde una perspectiva diferente.

Desde luego cada uno de esos paisajes trasciende e incluye (a lo Wilber) a todos los anteriores. Cada nueva perspectiva emocional puede así convertirse en un peldaño más de la escalera evolutiva de Mímulus en nuestro propio collage anímico. Ascender por ella muy bien podría acercarnos a la voz del alma, a la delicada voz, tal como Bach la llamaba.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Inteligencia Emocional

Acabo de hincarle el diente al libro Inteligencia Emocional de Daniel Goleman; ya sabéis, un clásico sobre el tema de las emociones. Me ha parecido oportuno hacerlo debido a la posible relación que puedan tener las modernas investigaciones sobre las emociones con la terapia con Flores de Bach, sobre todo por ser esta última un asunto de emociones, por lo menos tal como se plantea hoy día en determinados círculos.

Sin embargo no estoy tan seguro de que las Flores de Bach sea tan sólo un asunto de emociones. Decididamente no creo que todas las flores correspondan a emociones o, como a veces se las describe, a reacciones emocionales que casi siempre se clasifican como si estuvieran al mismo nivel o pertenecieran a la misma categoría de “posibles reacciones emocionales que puede tener un ser humano” (todas ellas pertenecientes a alguno de los siete grupos en los que las clasificó Bach).

Lo que quiero decir es que casi con seguridad algunos estados emocionales Bach son, evolutivamente hablando, mucho más antiguos que otros. Si por ejemplo tomamos Rock Rose, la flor correspondiente al miedo irracional y paralizante, nos daremos cuenta de que el cariz y la textura emocional de ese estado son muy diferentes a los de muchos otros, como por ejemplo en el caso de Scleranthus, el típico estado de duda entre dos cosas.

Así pues no es muy difícil darse cuenta de que mientras Rock Rose corresponde más a una reacción visceral y corporal, probablemente bastante primitiva (tronco cerebral y sistema límbico), Scleranthus encaja más con una problemática más mental que otra cosa (neocórtex). El propio Goleman y muchos otros autores señalan que es muy posible que sólo haya unas pocas emociones realmente primitivas o protoemociones a partir de las cuales se han ido construyendo las demás.

Por tanto una tarea interesante podría ser tratar de situar los estados florales a lo largo de todo el espectro de conciencia (tronco cerebral – sistema límbico – neocórtex) o, lo que es lo mismo, tratar de situarlas en un contexto evolutivo por orden de aparición en el escenario emocional humano.

Me parece interesante porque, tal como han demostrado muchos autores, el mecanismo de la represión parece jugar un papel fundamental en nuestra psique, una represión que parece que sólo puede ser entendida si tenemos en cuenta la forma en que se desarrolla la evolución de las estructuras cerebrales y, por tanto, de sus posibles correlatos emocionales y mentales.

En nuestro contexto bachiano represión simplemente significaría que ciertos estados emocionales reprimen, ocultan, esconden o enmascaran a otros (las conocidas capas de cebolla), cosa que frecuentemente suele ser bastante habitual en la consulta. El asunto en estos casos sería ver si las capas de cebolla corresponden a una secuencia evolutiva o no.

Desde luego todo este tipo de investigaciones puede ser apasionante y, aunque por una parte es posible que en cierta medida nos apartemos de la sencillez que proclamaba Bach respecto al trabajo con su método curativo, debemos decir que por otra parte hacemos nuestras sus propias palabras respecto a las finalidades del médico del futuro: “tendrá que haber estudiado profundamente las leyes que rigen a la humanidad y a la propia naturaleza humana”, algo que por cierto es competencia de la Psicología y de muchas otras ciencias.