«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

sábado, 27 de diciembre de 2008

Mumukshutva

Creo que lo que mejor define la Nochebuena es Mumukshutva, un término sánscrito que se refiere al anhelo por lograr la liberación. Al menos ese es el anhelo que a mí se me hace patente con tan sólo dirigir la mirada por un momento hacia el interior.

Ese es también el talante con el que procuro vivir esa mágica noche, probablemente la noche más mágica del año. Porque ese anhelo por llegar a rozar lo incalificable, esa aspiración por llegar a tocar ese instante de eternidad, no es otra cosa que el resplandor del omnipresente Espíritu que trata de abrirse paso entre las montañas de superficialidad que hemos construido a nuestro alrededor.

Y es en medio de ese extraordinario e inextinguible resplandor donde recuerdo el pacto y la promesa que hice mucho tiempo atrás, la promesa de mantener encendida esa lámpara infinita hasta el fin de los tiempos. Porque esa luz no es más que la luz del dichoso Espíritu que nos deslumbra con su presencia en cuanto permitimos que su eco y su recuerdo se instalen gloriosos en el centro de nuestro Ser.

Ese fue mi pacto, mantener esa lámpara encendida a pesar de todas las tempestades que puedan agitar mi casa. Esa siempre fue, es y seguirá siendo mi apuesta. Y es así por la sencilla razón de que el único anhelo que puedo mantener intacto en este mundo tan opaco, tan árido y tan lleno de dolor es el anhelo de liberación. Ese es el único anhelo y el único grito verdadero que puedo ofrecer al mundo.

Sí, ese es el grito y la llamada del Espíritu, la más excelsa de las realizaciones y la más elevada de las experiencias. De hecho esa es la única experiencia posible. Y eso se hace patente, se nos torna evidente, en Nochebuena, aunque no lo queramos o no lo podamos reconocer. Eso es Mumukshutva, la eterna llamada del Espíritu que se nos cuela en casa mientras nosotros, sufrientes, nos consolamos con unos efímeros langostinos.

¡Que brille pues esa lámpara con más fuerza que nunca, que se agite y que crezca la llama con el poder de lo innombrable, que el Espíritu que nos posee y que nos devora abra una brecha en la invisible eternidad para que todas estas palabras caigan al suelo como esqueletos muertos, que se haga el silencio para que desde las profundidades de la nada pueda emerger un nuevo y delicioso mundo de diamantes indestructibles con los que podamos adornar nuestras casas navideñas!

domingo, 21 de diciembre de 2008

Joseph Campbell

Acabo de darle un repaso al libro de Joseph Campbell El héroe de las mil caras. Campbell es sin duda uno de los mayores entusiastas de los mitos y probablemente el mayor experto mundial en esa materia.

Creo que en su trabajo expone una serie de verdades importantes que merece la pena tener en cuenta, a pesar de las críticas que ha recibido de investigadores como Ken Wilber.

El caso es que el libro de Campbell se puede resumir muy fácilmente porque el tema fundamental que aborda desde el principio hasta el final es lo que él llama “el viaje del héroe”, un tema que según Campbell aparece en todos las mitologías y en todas las culturas del mundo, desde los mitos griegos hasta las revelaciones religiosas pasando por los cuentos de hadas, presentando en todos los casos los mismos patrones y, más o menos, las mismas fases. Y es que según Campbell ese viaje no es otro que el periplo que el alma humana recorre en su devenir cósmico.

Este es un tema que me interesa muchísimo, porque la conclusión a la que uno fácilmente llega tras la lectura es que a fin de cuentas lo que el héroe hace en su viaje (lo que cada uno de nosotros hacemos) es atravesar una frontera tras la cual se siente (resumiéndolo mucho) más pleno, más consciente, más íntegro, más maduro; un viaje que no es otra cosa que el viaje de su propia conciencia; un viaje que implica una muerte, un renacimiento y, en definitiva, una trascendencia de las condiciones de las que parte en su andadura mítica; un viaje que se resume en tres fases: separación – iniciación – retorno, tres fases que podrían tener mucho que ver con la forma que, según Wilber, el desarrollo presenta en cada una de sus fronteras (fulcros): fusión – diferenciación – integración.

Así pues, la impresión que da es que los rasgos fundamentales del viaje del héroe no son otra cosa que las características universales del paso de cualquier frontera (aunque Campbell no parece distinguir los diferentes tipos de frontera que puede atravesar la conciencia en su desarrollo, algo que podría ser precisamente uno de los principales objetos de crítica).

Por tanto si de lo que hablamos es de que estamos ante las características universales de todas las fronteras, y si suponemos, como todo el mundo puede suponer y como muchos terapeutas (incluido el propio Bach) han considerado, que el fenómeno de la curación significa atravesar algún tipo de frontera en el que la conciencia crece, la conclusión lógica y natural a la que podemos llegar es que el ciclo mítico-transformativo puede ser aplicado a la propia curación.

Por supuesto es muy posible que la curación pueda ser vista desde múltiples perspectivas, porque tal vez haya curaciones transformativas (aquellas en las que la conciencia crece) y curaciones meramente traslativas (aquellas en las que no se produce ninguna transformación significativa), pero eso sin duda es otra historia.

viernes, 12 de diciembre de 2008

En la frontera del yoga

Decididamente las tardes de los miércoles no me resultan fáciles de llevar. En esas maratonianas jornadas tengo que impartir tres clases consecutivas en tres pueblos diferentes. Todos los años pienso que debería hacer algo al respecto, pero finalmente las cosas acaban igual.

Primero empiezo en Monleras, a unos 55 kilómetros de Salamanca, a las tres y cuarto de la tarde (una hora intempestiva para la práctica del yoga, por cierto, pero es la única hora disponible para mis alumnos allí). Después de Monleras recorro unos 30 kilómetros hasta Villarino, justo en el límite de la provincia y del país, para empezar la clase allí a las cinco. Tras la clase de Villarino, ya al anochecer, atravieso toda la comarca pasando por localidades como Trabanca, Ahigal de Villarino, Sanchón de la Rivera y Vitigudino para recorrer 50 kilómetros más hasta llegar a Villavieja de Yeltes a las siete y cuarto. Allí termino sobre las ocho y media para finalmente atravesar los 80 kilómetros que separan esta última localidad de Salamanca. Así pues, suelo llegar a casa a eso de las diez de la noche.

A pesar del inconveniente del cansancio que supone dirigir tres clases en tres sitios tan diferentes y en condiciones tan diferentes, la aventura también tiene sus cosas positivas. Como Villarino está justo en la frontera portuguesa puedo decir que todas las semanas puedo ver otro país. Y ciertamente en muchas ocasiones es una visión abrumadoramente bella. En los días claros pueden verse a lo lejos las ondulantes y azuladas colinas portuguesas perdiéndose en el horizonte. Otras veces veo una puesta de sol incandescente que recorta la silueta mágica de encinas y robles mientras atravieso la fría Gudina.

Sin duda es una suerte tener el privilegio de diseminar las semillas del yoga en regiones tan remotas. Ni los más sabios videntes del otro lado del Indo lo hubieran imaginado.

¡Ah!, se me olvidaba. En Villavieja hemos dejado atrás finalmente la “era glacial”. Ya tenemos calefacción en el Colegio. Y esa es una muy muy buena noticia.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Desayunos

Quizá no haya nada tan maravilloso como poder disfrutar de un buen desayuno tras la ventana de alguno de los cafés más emblemáticos de esta ciudad mientras la lluvia comienza a caer en la calle. Al menos eso es lo que pienso mientras esta humeante taza de café calienta mis manos.

Tal vez haya otros desayunos sublimes en otros cafés y en otras ciudades. Tal vez hubo desayunos deliciosos en otros tiempos y tal vez haya muchos otros tan exquisitos como éste en un tiempo futuro.

Sin embargo, el pequeño éxtasis y la profunda y entrañable sensación de atemporalidad que vivo mientras la lluvia continua cayendo y la gente continua paseando afuera es una demoledora prueba de que el infinito también puede ser percibido desde algo tan simple y tan cotidiano como un desayuno.

Y tal vez no necesitemos remontarnos a otros mundos, a otras épocas pasadas o anticipar otros futuros momentos. Quizá baste con comprender que cada desayuno que nos podamos tomar tras las ventanas de este café, de todos los cafés del mundo, en esta maravillosa ciudad, en cualquier ciudad del mundo, esconde el secreto que nos hará despertar a un mundo y a un Espíritu inmortal que también resplandece en nuestros pequeños universos de tazas y de croissants.