«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

viernes, 12 de marzo de 2010

Los últimos monos literarios

Yo soy uno de los últimos monos literarios, uno de esos a los que las editoriales apenas hacen caso, uno de esos que tienen que olvidarse de publicar con alguna editorial conocida, uno de esos que, por supuesto, debe olvidarse de aspirar a vivir de la literatura.

Pertenezco e esa extraña clase de monos cuyas huellas apenas pueden verse en los escaparates de las librerías, uno de esos que tímidamente acuden con sus relucientes trabajos al librero más cercano llenos de optimismo, uno de esos a los que casi se les esfuma la ilusión puesta letra tras letra cuando ven que después de cuatro meses acumulando polvo entre miríadas de libros sólo se ha vendido un único ejemplar.

La extraña condición de último mono literario puede llegar a ser dolorosa en algunas ocasiones, sobre todo cuando da la sensación de que a uno nadie lo ve, cuando uno intenta presentar con todo el amor del mundo el recién parido hijo literario y tiene que marcharse a casa cabizbajo tras haber tenido que suspender el evento porque nadie acudió a la cita.

Ese es el riesgo que corremos los monos de las letras, el riesgo y el desafío. ¡Dulce apuesta! Sin embargo la monez es bella, porque desde ella reclamamos y proclamamos nuestra sublime, inquebrantable e insobornable condición de monos bellos, auténticos y creadores.

Adivinamos que la poesía y el arte se bastan a sí mismos, porque somos capaces de canalizar una monalidad bella y desnuda que desafía renglón tras renglón las modas y las bazofias literarias que demasiado a menudo campan a sus anchas en el mercado.

No por ser monos vamos a dejar de tener ojo crítico, ¡faltaría más! Además, desde nuestra anónima y camaleónica posición nos atrevemos a instigar a todos para que esta perspectiva tan mona sea cultivada por quien quiera y como quiera, la creatividad y la visión no tienen límites. Sólo se necesitan unos modales monales.

Acaso ser un simple mono tenga algún sentido. Lo sospechamos cuando leemos lo siguiente en La Gran Cadena del Ser de Lovejoy. El fragmento corresponde al prefacio a The English Works of George Herbert de G. H. Palmer:

Las tendencias de una época aparecen más diferenciadamente en los autores de menor rango que en los genios que la dominan. Estos últimos hablan del pasado y del futuro al mismo tiempo que de la época en la que viven. Son para todos los tiempos. Pero en las almas sensibles y atentas […] los ideales del momento aparecen recogidos con claridad.

Columpiémonos pues entre las ramas literarias, aún hay mucho bosque por delante.