«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

lunes, 14 de junio de 2010

Religión y Espiritualidad

A veces religión y espiritualidad se nos presentan como dos polos antagónicos y prácticamente irreconciliables. Sin embargo, no creo que realizar una distinción tan radical entre ambos sea tan fácil. Me refiero a una distinción en la que la religión parezca lo peor de lo peor y la espiritualidad lo mejor de lo mejor. De hecho no estoy demasiado convencido de que pueda trazarse una frontera lo suficientemente clara como para definir de una vez por todas los dominios de ambas.

Por supuesto que hay religiones institucionalizadas que han hecho mucho daño, sobre todo las monoteístas, y que probablemente necesitan renovar sus dogmas dados los tiempos que corren, pero también es cierto que han existido y existen movimientos espirituales sin demasiado renombre y con poco impacto social cuyos únicos objetivos han sido captar adeptos y manipular las creencias de sus seguidores.

No sé si la cosa es tan simple como afirmar que la religión no es más que espiritualidad institucionalizada para mantener un estatus social y un sistema de creencias. Cierto que intuitivamente entendemos la religión como algo dado que nos viene de fuera y la espiritualidad como algo que nace y se desarrolla en el interior, entendiendo fuera y dentro también intuitivamente, pero creo que el asunto es mucho más complejo que todo eso.

Posiblemente, y como ya han apuntado otros autores, cada movimiento religioso ha tenido dos aspectos, uno transformativo (el espiritual-interior) y otro mantenedor de estatus y de cohesión social (el religioso-exterior). Pero creo que ambos han sido y son igual de importantes.

Así pues, se me ocurren algunas cosas buenas de las religiones: han servido y sirven para crear una estructura social, para apuntalar el nivel de conciencia de cada época y, por ende, para darnos una imagen de la realidad en la que vivimos. Sin esas cosas hubiera sido imposible llegar hasta aquí. Cierto que esa realidad quizá no es la mejor posible, pero es gracias a ella que podemos hablar de espiritualidad y de prácticas espirituales inspiradas por esos movimientos religiosos. Sin sus visiones posiblemente ni siquiera hubiera podido nacer un concepto de la espiritualidad tal y como hoy la concebimos. Así pues, tenemos una visión del desarrollo espiritual gracias a las religiones y no a pesar de ellas.

De hecho, es muy posible que sólo podamos emprender un determinado camino espiritual si previamente tenemos alguna idea religiosa, y las ideas religiosas sólo han podido ser articuladas por las grandes religiones. En ese sentido, y como ya he comentado en otra entrada, podemos entender las religiones como las grandes depositarias de la idea de Dios o de la Divinidad. Por tanto Dios, la Diosa o la Divinidad está en el mundo gracias a las religiones.

Entonces, ¿por qué parece que les tenemos tanta manía? Creo que eso sencillamente ocurre cuando uno está comprometido con una vía transfromativa, sencillamente cuando uno ha captado que la mera religión institucionalizada no es suficiente para acceder a un nivel de conciencia, digamos, “superior”, porque esas religiones están pensadas para la gran masa no implicada en procesos de ese tipo. Pero eso, como ya he dicho antes, no es motivo suficiente para deshacernos de ellas. En mi opinión, reconocer ese aspecto estructurador es una forma de honrarlas y de darles el valor que merecen.

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