«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

viernes, 22 de agosto de 2014

Fronteras espirituales

Nos pasamos la vida atravesando puertas. ¿Os habéis parado a pensar cuántas atravesamos a lo largo de un día? Entrando y saliendo de nuestra habitación, del baño, del salón, del garaje, del coche, del trabajo. Y no sólo eso, cuando caminamos por la calle también accedemos a múltiples espacios, y cada uno de ellos nos transmite una sensación diferente.


Probablemente ese hecho tan simple, tan inconsciente, está grabado a fuego en nuestras mentes, en nuestra estructura psíquica. Es un acontecer natural. La realidad está hecha así, está hecha de puertas, por eso nuestro transitar por todos esos espacios nos pasa desapercibido. Es nuestra forma de movernos en el mundo.

Después están las fronteras sutiles, como la que nos conduce de la vigilia al sueño, y de éste al sueño profundo, y las que nos conducen de un estado de conciencia a otro. En muchas ocasiones no somos conscientes de haber atravesado estas puertas, estos umbrales, pero sabemos que lo hacemos porque simplemente experimentamos un cambio en nuestra conciencia.

Metaforizamos las cosas interiores. Atravesar una puerta es una buena metáfora para entender qué es lo que pasa con nuestra mente, con nuestra conciencia, cuando experimentamos esos cambios. Y en ocasiones anhelamos un cambio mayor, un cambio que nos transforme radicalmente, que nos cure, que se traduzca en un cambio de realidad y que nos sitúe en un mundo nuevo.

Sin embargo, la mente no va a ninguna parte ni atraviesa ningún umbral, la conciencia que es, que fue y que será siempre estuvo allí, idéntica a sí misma como base y fundamento de todo lo que sucede y desde la que emergen todas las cosas, incluidas las puertas, incluida la imagen que tenemos de nosotros mismos atravesándolas. Tal vez ésta sea la puerta de las puertas y la única frontera que merezca la pena atravesar: la que nos conduce al corazón de lo que realmente somos.

Por eso no nada hay tan simple como ser, nada se nos revela con tanta contundencia, con tanta pureza. Ése es el milagro: tomar conciencia del simple hecho de ser, desprendiéndonos de toda carga, celebrando nuestro paso por todos los umbrales que nos encontramos en nuestra trayectoria, por todos los mundos que se abren al otro lado, sabiéndonos y amándonos en este último paso que jalona nuestro camino. 

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