«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

domingo, 21 de diciembre de 2014

Una cultura espiritual participativa


Estoy traduciendo algunos fragmentos del libro Participatory Spirituality de John Heron, un autor prácticamente desconocido en nuestro país. Creo que merece la pena por su visión de la espiritualidad y por su punto de vista crítico con la religión institucionalizada. Os dejo con el primero. 


Actualmente existe un creciente número de personas con una mentalidad espiritual que están ocupadas con su propia indagación de vida y que están tratando de llegar a un diálogo abierto y constructivo sobre ello. Éste es un fenómeno social con el que estoy fuertemente identificado y al que llamo una cultura espiritual emergente y participativa. Involucra a una minoría significativa de personas que va en aumento a lo largo y ancho del planeta.

Somos una red amplia e informal de individuos que estamos forjando nuestros propios caminos espirituales desde una fuente creativa interior, desarrollando nuevas formas de espiritualidad adecuadas a nuestra época. Al mismo tiempo honramos y recurrimos al vasto acervo de prácticas y creencias espirituales derivadas de una diversidad de fuentes, antiguas y modernas, que proceden de todo el mundo y en las que nos inspiramos.

Mi impresión es que existen tres criterios interrelacionados que nos identifican y que pueden aplicarse en varios grados a cualquier individuo:

1. Afirmamos nuestra propia y original relación con el espíritu de la creación, reconocemos la autoridad espiritual en el interior y no la proyectamos exteriormente en maestros, tradiciones o textos.

2. Nos mantenemos alerta ante los peligros de una espiritualidad defensiva y ofensiva, en la cual las alteraciones emocionales no procesadas distorsionan el desarrollo espiritual, negando partes de nuestra propia naturaleza o haciendo afirmaciones exageradas con objeto de manipular a los demás.

3. Estamos abiertos a un diálogo genuino sobre creencias espirituales y a una toma de decisiones colaborativa sobre prácticas espirituales que se hayan emprendido entre todos.

El término “participativa” se aplica a esta cultura de dos modos íntimamente conectados. Primero, participamos en el espíritu viviente de forma autónoma, en la luz de nuestra propia conciencia discriminativa. Y segundo, participamos en el espíritu viviente de forma co-operativa, compartiendo nuestra presencia, y aprendiendo cómo tomar decisiones juntos respecto a las formas en que nuestra cultura espiritual celebra tanto nuestra diversidad como nuestra unidad.

Esta simple y radical combinación le dice adiós a la religión autoritaria, en la que una autoridad externa prescribe los límites dentro de los cuales la autonomía espiritual y la co-operación deben ser ejercidas.


Traducido del inglés, del libro Participatory Spirituality. A farewell to authoritarian religion, de John Heron. Prologue: a participatory spiritual culture, p. 1.

sábado, 11 de octubre de 2014

Conócete a ti mismo


Según se cuenta en la tradición, estas palabras estaban inscritas en el oráculo de Apolo en Delfos.

A pesar de todos los siglos que nos separan de la floreciente cultura griega, creo que no puede haber ningún otro precepto que tenga más vigencia que éste, dadas las circunstancias en las que vivimos en nuestro mundo moderno y postmoderno.

Creo que es oportuno que volvamos nuestra mirada hacia nosotros mismos y hacia nuestra realidad interior para que logremos descubrir el secreto que encierra. Se trata de hacer un gesto de introspección, de descubrir la mirada que nos devuelve al alma, de compartir un trayecto del camino que nos conduce a la luz del conocimiento.

Seguramente nada hay tan vasto como esta realidad interior, un universo poblado de sueños, de imágenes, de sentimientos, de emociones, de pensamientos, de ideas. La vía del autoconocimiento es el camino que nos sitúa frente a nosotros mismos para que podamos re-inventarnos, re-imaginarnos y re-descubrirnos, y también es una vía de superación, de trascendencia y de compasión.

Y lo podemos hacer de muchas formas y desde muchos ámbitos: desde la psicología, la filosofía, la ciencia, la espiritualidad, el esoterismo, la ecología, desde la sabiduría que cada uno lleva dentro. No hay ningún lugar desde el que no podamos hacer un abordaje a nuestro mundo interno para tratar de responder a las preguntas fundamentales: ¿Quién soy? ¿Para qué estoy aquí? ¿Hacia dónde voy?

Las palabras son importantes, hubo un tiempo en el que tenían poder terapéutico. La gente se curaba escuchando a recitadores de versos, a rapsodas y poetas. En la actualidad no se le da demasiado crédito a la idea de que escuchar a alguien o pronunciar un discurso pueda producir una verdadera transformación. Lo importante, nos dicen, es la “práctica”.

Sin embargo, los discursos y las conversaciones también nos cambian. Yo particularmente apuesto por recuperar ese ideal terapéutico y transformador a través de un diálogo consciente y creativo, por llegar al alma y al espíritu mediante las palabras, y también por que entre todos nos demos la oportunidad de crear un “nosotros” que sea un canal diáfano a través del cual se manifieste una nueva realidad y un nuevo mundo más pleno, más alegre y más amoroso.

lunes, 8 de septiembre de 2014

El descubrimiento del cuerpo

Hay cosas que nos vienen dadas. Nadie elige tener un cuerpo, una mente, un alma o un espíritu. Simplemente es así, eso es lo que sucede cuando venimos al mundo. Traemos con nosotros esas estructuras, que son las que conforman nuestras dimensiones básicas, y las vamos descubriendo a medida que crecemos y maduramos. Otra cosa muy distinta es lo que decidimos hacer con nuestro cuerpo, con nuestra mente o con nuestra alma.

Porque hay distintos modos de mirar el cuerpo, de contemplarlo, de entenderlo. Evidentemente todo el mundo sabe que tiene un cuerpo: caminamos con él, hacemos deporte con él, nos movemos con él, el asiento de nuestra consciencia parece estar en él. Sin embargo, existe la posibilidad de re-descubrirlo de un modo diferente.

Tal vez la práctica del hatha yoga sea una de las formas más revolucionarias de entender el cuerpo, porque cuando uno comienza a practicar percibe de pronto que el cuerpo deja de ser un agregado de partes inconexas para convertirse en un todo integrado que late al unísono debajo de nuestra piel. Nos hacemos mucho más conscientes de él, advertimos detalles de nuestra morfología que hasta entonces nos pasaban desapercibidos, nos sentimos más cerca de nuestros músculos, de nuestra sangre y de nuestros huesos.

Pero para descubrir el cuerpo de esta forma es necesario que haya una consciencia que lo perciba, ha de haber un yo consciente que experimente y que registre ese hecho. Somos testigos de ese despertar. La consciencia es informada por el cuerpo y a su vez la propia consciencia ilumina toda esa nueva realidad corporal recién descubierta.
 

Así pues, podríamos deducir que participamos de un doble movimiento: partimos de nuestro cuerpo para la práctica, es con lo que contamos desde la base, lo que primero tenemos a mano, nuestra herramienta de trabajo; después, basta con que la consciencia testifique ese hecho para que ella misma se transforme e ilumine la propia práctica. Son dos procesos que se retroalimentan, dos movimientos en uno solo, dos acciones inseparables que desembocan en la consecución de lo que podríamos llamar un cuerpo-mente integrado.

Es una forma de entender el yoga. El desafío consiste en poder trabajar con todas nuestras dimensiones básicas: cuerpo, mente, alma y espíritu sin reducir unas a otras, para terminar por fin integrándolas. Ésa quizá sea la clave que nos permita contemplarnos desde una perspectiva más amplia. Y ésa es la vía del yoga: una vía hacia lo ancho, hacia la apertura y hacia la iluminación.

viernes, 29 de agosto de 2014

Una cura para el alma

Probablemente pocas cosas hay tan delicadas como una flor. Nos sorprenden por sus colores, por la simetría casi perfecta de sus pétalos, por la profundidad de sus aromas, por los mundos sutiles que nos evocan. Cuando las contemplamos hay una reminiscencia de algo que es de otro mundo. Sabemos que cuando tocamos una flor nos estamos acercando al alma.

Ya lo dijo Edward Bach: las llamaba the happy fellows of the plant world, los seres felices del mundo vegetal. Las flores, seña de identidad de las plantas, nos acercan al alma, porque son alma y porque nos tienden la mano para que lleguemos a nuestro ser esencial. Ellas tienen el secreto y el mensaje adecuado para que nosotros mismos nos podamos reconocer como almas, porque en nuestro mundo moderno ya casi hemos olvidado este hecho tan simple.

Las flores encierran una esencia y una enseñanza, algo que no puede ser entendido racionalmente, algo que no tiene explicación y que nunca lo tendrá. Ellas son la cura para nuestra alma herida, porque el alma humana es un alma herida debido a todas las vicisitudes que ha de atravesar para llegar aquí. Y ellas tienen el poder de tocar nuestra herida delicadamente sin hacernos más daño. Ésa es la cura que nos proporcionan si podemos confiar en ellas.

Y esta cura es una cura sagrada, un proceso de transformación extraordinariamente simple. Sin darnos cuenta, las flores tocan nuestra alma y la reparan, son las llaves que abren nuestras puertas internas para mostrarnos toda la maravilla que se abre al otro lado. Nos dan la oportunidad de descubrir nuestros paisajes interiores para que podamos ver en ellos los senderos que nos conducen a nuestro destino.

Porque nuestro destino es un destino espiritual que se dibuja en esos mundos sutiles, algo que es como un conocimiento antiguo que ha estado ahí desde siempre. Las flores nos ayudan a reconocerlo y a hacerlo nuestro. Es como una misión y un propósito, y es el tesoro que siempre hemos estado buscando. Nuestra felicidad sólo puede consistir en hacer real ese designio en este mundo nuestro, en traer a la tierra ese pedacito de eternidad que se esconde en lo más recóndito de nuestro ser, y las flores nos pueden ayudar a realizar ese milagro.