Finalmente para ver mi libro de microrrelatos tendremos que esperar hasta finales del verano. Lo cierto es que las cosas se han alargado más de lo previsto. Así pues, os dejo con una nueva entrega de estos minicuentos.
LAS BOLAS DEL ENANO
Aún no he estudiado el Tarot, pero os aseguro que algún día lo haré. Conozco de pasada los arcanos mayores. Me pregunto cómo sería un posible arcano veintitrés, aunque dudo que pueda caber una nueva imagen en ese mazo si nos ceñimos al número en la cábala y en el alfabeto hebreo. Pero imaginando puedo ver a un pequeño duende con gorro de cucurucho y con polainas transportando un carretillo que contiene bolas de colores, tal vez frutas o huevos. Nos mira con curiosidad mientras camina sujetando la carreta pero no hay ninguna emoción en su rostro. Parece querer comunicarnos que en cualquier momento va a desaparecer. Está dando un paso firme, un pie delante del otro. Son pies pioneros, se dirigen a alguna meta nueva y desconocida, pero no tiene miedo. Transportar esas bolas es su misión. El es el señor de los pioneros, de los precursores, pero no tantea a ciegas. Se ha instruido en numerosas artes, especialmente en el transporte de carretillos de ese tipo. Su conocimiento es humilde, se fundamenta y se consolida en esos pasos decididos. La tarea del transporte de esa materia, bolas desconocidas que son también un tesoro o una sorpresa, es el trabajo pesado de los peones, pero lo sabe llevar con la dignidad de un rey. Eso sacraliza su obra, le da valor y a él lo eleva al rango de los enanos divinos y de los maestros.
LAS BOLAS DEL ENANO
Aún no he estudiado el Tarot, pero os aseguro que algún día lo haré. Conozco de pasada los arcanos mayores. Me pregunto cómo sería un posible arcano veintitrés, aunque dudo que pueda caber una nueva imagen en ese mazo si nos ceñimos al número en la cábala y en el alfabeto hebreo. Pero imaginando puedo ver a un pequeño duende con gorro de cucurucho y con polainas transportando un carretillo que contiene bolas de colores, tal vez frutas o huevos. Nos mira con curiosidad mientras camina sujetando la carreta pero no hay ninguna emoción en su rostro. Parece querer comunicarnos que en cualquier momento va a desaparecer. Está dando un paso firme, un pie delante del otro. Son pies pioneros, se dirigen a alguna meta nueva y desconocida, pero no tiene miedo. Transportar esas bolas es su misión. El es el señor de los pioneros, de los precursores, pero no tantea a ciegas. Se ha instruido en numerosas artes, especialmente en el transporte de carretillos de ese tipo. Su conocimiento es humilde, se fundamenta y se consolida en esos pasos decididos. La tarea del transporte de esa materia, bolas desconocidas que son también un tesoro o una sorpresa, es el trabajo pesado de los peones, pero lo sabe llevar con la dignidad de un rey. Eso sacraliza su obra, le da valor y a él lo eleva al rango de los enanos divinos y de los maestros.
Yo dibujé a ese enano en el parvulario, fue mi primer dibujo. Mi maestra me castigó por atreverme a hacer mía aquella imagen, pues la pinté sin que me lo pidiera. Ahora me doy cuenta de que siempre amé aquel retrato, en él se mostraba mi cara. Poco a poco me voy descubriendo como el protagonista de una historia más alta en la que se transportan algunos regalos para las almas. He crecido más que aquel gnomo. Lo imito, pero sin la necesidad de chalecos de colorines ni de babuchas. Botas sí, pero las apropiadas para levantar ese carro lleno de piedras redondas con las que construiré mi casa. Encontraré el naipe secreto al atravesar su futura puerta.