Tengo una buena amiga que cada vez que me ve me acusa de huir de los besos y de los abrazos. Tengo que reconocer que nunca fui demasiado besucón. Tal vez todo sea cuestión de educación y consecuencia del clima familiar en el que me tocó vivir.
Lo cierto es que en un abrazo pueden florecer y reconocerse algunos sentimientos y emociones que suelen permanecer en la sombra habitualmente, como por ejemplo el sentimiento de cariño, de amor, la sensación de compartir un espíritu común, el sentimiento de que en cierto sentido todos estamos en el mismo barco o de que compartimos inquietudes comunes. Desde luego un abrazo es una gran oportunidad para que los corazones puedan reconocerse en un único y amoroso latido, lo cual es sumamente sano y recomendable.
Pero no debemos pasar por alto que este abrazo corporal es sin duda el abrazo más fácil de realizar, un ejercicio saludable al alcance de todo el mundo. A menudo, y en algunos círculos espirituales, se asocia una gran profusión de abrazos a un mayor contacto con la dimensión espiritual de la vida. No dudo de que esto sea así, sin embargo los problemas siempre suelen surgir cuando tratamos de pasar del abrazo físico-corporal al abrazo en el diálogo, en la comunicación libre, en el intercambio de puntos de vista, en el entendimiento mutuo y en la crítica constructiva, dimensiones todas ellas que en muchos sentidos son soslayadas sobre todo por los habituales círculos místico-esotéricos de la Nueva Era; dimensiones que por otra parte traté de poner sobre la mesa en las tertulias semanales realizadas entre Octubre de 2006 y Junio de 2007.
Desde luego el Espíritu puede despertarse en el cuerpo a cuerpo de un abrazo fraternal pero desde mi punto de vista necesita ser cultivado en el diálogo creativo de una comunicación respetuosa, madura y espiritualmente informada para después ser consolidado en otras dimensiones posiblemente transverbales y transdialóguicas.
Es evidente que el primer destello del Espíritu puede captarse en todos esos recomendables abrazos pero si queremos que realmente pueda florecer en nosotros y entre nosotros debemos tener en cuenta que su luz sólo se hará más clara cuando incorporemos o descubramos en nosotros y entre nosotros no sólo la riqueza de nuestros cuerpos sino también la de nuestras mentes, la de nuestras almas y la de nuestros espíritus.
Mi intención siempre fue reivindicar que el diálogo constructivo, el estudio teórico de la espiritualidad y la intelectualidad nunca estuvieron reñidas con el despertar espiritual, antes al contrario. De hecho mi idea siempre fue y sigue siendo tratar de tender un puente entre la popular espiritualidad de la Nueva Era y el intelectualismo académico (dos ámbitos que he tenido la oportunidad de conocer). Creo que el espíritu de una verdadera Nueva Era sólo podrá manifestarse si abogamos por una reconciliación afectuosa con las múltiples formas de pensamiento y con todos los sistemas de conocimiento que estructuran nuestra sociedad y nuestra cultura actual e integramos en nuestra experiencia espiritual lo mejor de todos ellos.
Lo cierto es que en un abrazo pueden florecer y reconocerse algunos sentimientos y emociones que suelen permanecer en la sombra habitualmente, como por ejemplo el sentimiento de cariño, de amor, la sensación de compartir un espíritu común, el sentimiento de que en cierto sentido todos estamos en el mismo barco o de que compartimos inquietudes comunes. Desde luego un abrazo es una gran oportunidad para que los corazones puedan reconocerse en un único y amoroso latido, lo cual es sumamente sano y recomendable.
Pero no debemos pasar por alto que este abrazo corporal es sin duda el abrazo más fácil de realizar, un ejercicio saludable al alcance de todo el mundo. A menudo, y en algunos círculos espirituales, se asocia una gran profusión de abrazos a un mayor contacto con la dimensión espiritual de la vida. No dudo de que esto sea así, sin embargo los problemas siempre suelen surgir cuando tratamos de pasar del abrazo físico-corporal al abrazo en el diálogo, en la comunicación libre, en el intercambio de puntos de vista, en el entendimiento mutuo y en la crítica constructiva, dimensiones todas ellas que en muchos sentidos son soslayadas sobre todo por los habituales círculos místico-esotéricos de la Nueva Era; dimensiones que por otra parte traté de poner sobre la mesa en las tertulias semanales realizadas entre Octubre de 2006 y Junio de 2007.
Desde luego el Espíritu puede despertarse en el cuerpo a cuerpo de un abrazo fraternal pero desde mi punto de vista necesita ser cultivado en el diálogo creativo de una comunicación respetuosa, madura y espiritualmente informada para después ser consolidado en otras dimensiones posiblemente transverbales y transdialóguicas.
Es evidente que el primer destello del Espíritu puede captarse en todos esos recomendables abrazos pero si queremos que realmente pueda florecer en nosotros y entre nosotros debemos tener en cuenta que su luz sólo se hará más clara cuando incorporemos o descubramos en nosotros y entre nosotros no sólo la riqueza de nuestros cuerpos sino también la de nuestras mentes, la de nuestras almas y la de nuestros espíritus.
Mi intención siempre fue reivindicar que el diálogo constructivo, el estudio teórico de la espiritualidad y la intelectualidad nunca estuvieron reñidas con el despertar espiritual, antes al contrario. De hecho mi idea siempre fue y sigue siendo tratar de tender un puente entre la popular espiritualidad de la Nueva Era y el intelectualismo académico (dos ámbitos que he tenido la oportunidad de conocer). Creo que el espíritu de una verdadera Nueva Era sólo podrá manifestarse si abogamos por una reconciliación afectuosa con las múltiples formas de pensamiento y con todos los sistemas de conocimiento que estructuran nuestra sociedad y nuestra cultura actual e integramos en nuestra experiencia espiritual lo mejor de todos ellos.
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