Creo que el tema del propósito de la vida, de nuestra vida en particular en el contexto de la Vida en general, y la búsqueda de un posible propósito personal es una de las cuestiones más profundas que hoy por hoy podemos abordar dentro una perspectiva espiritual.
Si en verdad aspiramos a ser los partícipes de una espiritualidad auténticamente integral y los abanderados de una nueva forma de ser-estar en el mundo se me antoja que esta es una cuestión fundamental, un punto que por otra parte ya ha sido puesto sobre la mesa por grandes pensadores y por la mayoría de las tradiciones espirituales y filosóficas del mundo, aunque quizá en el punto en el que estamos, en la encrucijada en la que convergen tantos credos diferentes, tantas prácticas y caminos, y en la que corremos el riesgo de perder nuestra auténtica conexión con la fuente de nuestro propio ser, debamos matizar a qué nos referimos cuando hablamos de propósito personal.
Sin dejar de tener en cuenta a Jodorowsky, que ya dijo que la vida no tenía sentido sino que había que vivirla (lo cual es algo parecido a dotar de sentido a esa vida vivida, aunque imagino que sobre lo que quiere hacer hincapié es que puede ser mucho más favorable dejarse de preguntas intelectuales y embarcarse definitivamente en la vasta experiencia del vivir), creo que el asunto del propósito se puede ver como casi todo desde múltiples puntos de vista.
Porque hay diferentes propósitos. Por supuesto están los propósitos convencionales, como por ejemplo conseguir un buen puesto de trabajo, ganar el suficiente dinero como para vivir una vida digna y conseguir una jubilación aceptable, tener amigos, lograr la fama, el poder, la admiración de los demás, etc., propósitos todos ellos lícitos y a los que en mayor o menor medida todos aspiramos. Pero si damos un paso más nos encontraremos con los propósitos posconvencionales, y ahí es donde nos topamos con las grandes preguntas sobre el misterio de la vida (cuyas respuestas por cierto no nos cansaremos de buscar), preguntas del tipo: qué significa, qué sentido tiene, hacia dónde voy, cómo me defino, etc.
Ni que decir tiene que un auténtico camino espiritual ha de tener presentes todas estas cuestiones. Y no es que les vayamos a encontrar respuestas a las primeras de cambio, posiblemente muchas de ellas requerirán el trabajo de toda una vida, pero sí podemos hacer aproximaciones aceptables, pequeños o grandes rodeos que nos conduzcan al núcleo de nuestro destino. Porque se me antoja que este propósito personal nuestro (a lo Bach) puede llegar a ser una especie de atractor extraño, un punto omega (a lo Teilhard de Chardin), un arquetipo sutil (a lo Wilber) que sea realmente el indefinible e incalificable fundamento que desde nuestras divinas profundidades nos llame sin cesar para que nos reunamos con él y en él en un divino e inolvidable abrazo. Tal vez entonces descubramos que el propósito de nuestra vida y el propósito de la Vida devienen Uno.
Si en verdad aspiramos a ser los partícipes de una espiritualidad auténticamente integral y los abanderados de una nueva forma de ser-estar en el mundo se me antoja que esta es una cuestión fundamental, un punto que por otra parte ya ha sido puesto sobre la mesa por grandes pensadores y por la mayoría de las tradiciones espirituales y filosóficas del mundo, aunque quizá en el punto en el que estamos, en la encrucijada en la que convergen tantos credos diferentes, tantas prácticas y caminos, y en la que corremos el riesgo de perder nuestra auténtica conexión con la fuente de nuestro propio ser, debamos matizar a qué nos referimos cuando hablamos de propósito personal.
Sin dejar de tener en cuenta a Jodorowsky, que ya dijo que la vida no tenía sentido sino que había que vivirla (lo cual es algo parecido a dotar de sentido a esa vida vivida, aunque imagino que sobre lo que quiere hacer hincapié es que puede ser mucho más favorable dejarse de preguntas intelectuales y embarcarse definitivamente en la vasta experiencia del vivir), creo que el asunto del propósito se puede ver como casi todo desde múltiples puntos de vista.
Porque hay diferentes propósitos. Por supuesto están los propósitos convencionales, como por ejemplo conseguir un buen puesto de trabajo, ganar el suficiente dinero como para vivir una vida digna y conseguir una jubilación aceptable, tener amigos, lograr la fama, el poder, la admiración de los demás, etc., propósitos todos ellos lícitos y a los que en mayor o menor medida todos aspiramos. Pero si damos un paso más nos encontraremos con los propósitos posconvencionales, y ahí es donde nos topamos con las grandes preguntas sobre el misterio de la vida (cuyas respuestas por cierto no nos cansaremos de buscar), preguntas del tipo: qué significa, qué sentido tiene, hacia dónde voy, cómo me defino, etc.
Ni que decir tiene que un auténtico camino espiritual ha de tener presentes todas estas cuestiones. Y no es que les vayamos a encontrar respuestas a las primeras de cambio, posiblemente muchas de ellas requerirán el trabajo de toda una vida, pero sí podemos hacer aproximaciones aceptables, pequeños o grandes rodeos que nos conduzcan al núcleo de nuestro destino. Porque se me antoja que este propósito personal nuestro (a lo Bach) puede llegar a ser una especie de atractor extraño, un punto omega (a lo Teilhard de Chardin), un arquetipo sutil (a lo Wilber) que sea realmente el indefinible e incalificable fundamento que desde nuestras divinas profundidades nos llame sin cesar para que nos reunamos con él y en él en un divino e inolvidable abrazo. Tal vez entonces descubramos que el propósito de nuestra vida y el propósito de la Vida devienen Uno.
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