Hay un asunto que me llama la atención esta mañana. No es otro que las supuestas bondades y beneficios de la práctica del yoga, algo que todo el mundo reconoce y que muchas personas han experimentado alguna vez. De hecho poner de manifiesto todas esas cosas es una de las estrategias que muchos centros de yoga y casi todos los profesores utilizamos.
El caso es que a veces ese tema me recuerda a todo el asunto del pensamiento positivo y al famoso “me amo, me acepto y me apruebo” de Louise Hay. De hecho uno puede tener la sensación de que practicando hatha yoga o alguna disciplina similar todas las maravillas del universo van a llegar de repente a su vida.
No niego que a primera vista eso sea así, porque efectivamente todo lo que se experimenta cuando uno se inicia en la práctica y cuando persevera en ella son beneficios y buenas sensaciones, algo realmente magnífico y digno de mención. Yo mismo estuve flotando en una nube durante los primeros meses de práctica.
Sin embargo, cuando uno lo que realmente desea es profundizar no sólo en el hatha yoga per se sino en todo lo que lo rodea (entiéndase meditación, filosofía, espiritualidad, tradición hindú, etc.); en otras palabras, cuando uno no se conforma sólo con la mera práctica psicofísica sino que además quiere profundizar en la dimensión del Espíritu y llegar a probar el sabor de eso que llamamos realización o iluminación, puede encontrarse con sorpresas no del todo agradables.
Porque lo que parece que ocurre es que cuanto más nos acercamos al Espíritu más patente se hace también nuestra Sombra (entiéndase por sombra nuestros conflictos no resueltos, aspectos reprimidos inconscientes y cosas por el estilo), cuanto más conscientes nos hacemos de nuestra dimensión espiritual más acuciante se hace la necesidad de integrar todos nuestros aspectos sombríos y dolorosos (algo que por cierto se puede experimentar como una presión psicológica realmente muy fuerte mientras nos da la sensación de no avanzar en absoluto, ni hacia el Espíritu ni hacia la Sombra).
Y es muy posible que esto sea así porque precisamente la misma puerta que conduce al Espíritu es la que permite la entrada a nuestras partes oscuras. En todo caso, aunque admitamos que son dos puertas diferentes, lo que sí parece cierto es que el mecanismo de la represión se debilita, lo cual quiere decir que al mismo tiempo que nos abrimos al Espíritu también nos abrimos a la Sombra, algo que muy bien podría ser inevitable ya que en este caso de lo que se trataría es de la operatividad del mecanismo de apertura y cierre de todas esas puertas psíquicas.
La pregunta que nos podemos hacer es: ¿nos podemos acercar al Espíritu manteniendo cerrada la puerta de la Sombra, o la participación de ésta es una condición sine qua non para nuestro desarrollo? En otras palabras, y como mucha gente se ha preguntado, ¿es posible el desarrollo espiritual sin sufrimiento? Ese es el asunto en esta dulce mañana veraniega.
El caso es que a veces ese tema me recuerda a todo el asunto del pensamiento positivo y al famoso “me amo, me acepto y me apruebo” de Louise Hay. De hecho uno puede tener la sensación de que practicando hatha yoga o alguna disciplina similar todas las maravillas del universo van a llegar de repente a su vida.
No niego que a primera vista eso sea así, porque efectivamente todo lo que se experimenta cuando uno se inicia en la práctica y cuando persevera en ella son beneficios y buenas sensaciones, algo realmente magnífico y digno de mención. Yo mismo estuve flotando en una nube durante los primeros meses de práctica.
Sin embargo, cuando uno lo que realmente desea es profundizar no sólo en el hatha yoga per se sino en todo lo que lo rodea (entiéndase meditación, filosofía, espiritualidad, tradición hindú, etc.); en otras palabras, cuando uno no se conforma sólo con la mera práctica psicofísica sino que además quiere profundizar en la dimensión del Espíritu y llegar a probar el sabor de eso que llamamos realización o iluminación, puede encontrarse con sorpresas no del todo agradables.
Porque lo que parece que ocurre es que cuanto más nos acercamos al Espíritu más patente se hace también nuestra Sombra (entiéndase por sombra nuestros conflictos no resueltos, aspectos reprimidos inconscientes y cosas por el estilo), cuanto más conscientes nos hacemos de nuestra dimensión espiritual más acuciante se hace la necesidad de integrar todos nuestros aspectos sombríos y dolorosos (algo que por cierto se puede experimentar como una presión psicológica realmente muy fuerte mientras nos da la sensación de no avanzar en absoluto, ni hacia el Espíritu ni hacia la Sombra).
Y es muy posible que esto sea así porque precisamente la misma puerta que conduce al Espíritu es la que permite la entrada a nuestras partes oscuras. En todo caso, aunque admitamos que son dos puertas diferentes, lo que sí parece cierto es que el mecanismo de la represión se debilita, lo cual quiere decir que al mismo tiempo que nos abrimos al Espíritu también nos abrimos a la Sombra, algo que muy bien podría ser inevitable ya que en este caso de lo que se trataría es de la operatividad del mecanismo de apertura y cierre de todas esas puertas psíquicas.
La pregunta que nos podemos hacer es: ¿nos podemos acercar al Espíritu manteniendo cerrada la puerta de la Sombra, o la participación de ésta es una condición sine qua non para nuestro desarrollo? En otras palabras, y como mucha gente se ha preguntado, ¿es posible el desarrollo espiritual sin sufrimiento? Ese es el asunto en esta dulce mañana veraniega.
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