Hay cosas que nos vienen dadas. Nadie elige tener un cuerpo, una
mente, un alma o un espíritu. Simplemente es así, eso es lo que
sucede cuando venimos al mundo. Traemos con nosotros esas
estructuras, que son las que conforman nuestras dimensiones básicas,
y las vamos descubriendo a medida que crecemos y maduramos. Otra cosa
muy distinta es lo que decidimos hacer con nuestro cuerpo, con
nuestra mente o con nuestra alma.
Porque hay distintos modos de mirar el cuerpo, de contemplarlo, de entenderlo. Evidentemente todo el mundo sabe que tiene un cuerpo: caminamos con él, hacemos deporte con él, nos movemos con él, el asiento de nuestra consciencia parece estar en él. Sin embargo, existe la posibilidad de re-descubrirlo de un modo diferente.
Tal vez la práctica del hatha yoga sea una de las formas más revolucionarias de entender el cuerpo, porque cuando uno comienza a practicar percibe de pronto que el cuerpo deja de ser un agregado de partes inconexas para convertirse en un todo integrado que late al unísono debajo de nuestra piel. Nos hacemos mucho más conscientes de él, advertimos detalles de nuestra morfología que hasta entonces nos pasaban desapercibidos, nos sentimos más cerca de nuestros músculos, de nuestra sangre y de nuestros huesos.
Pero para descubrir el cuerpo de esta forma es necesario que haya una consciencia que lo perciba, ha de haber un yo consciente que experimente y que registre ese hecho. Somos testigos de ese despertar. La consciencia es informada por el cuerpo y a su vez la propia consciencia ilumina toda esa nueva realidad corporal recién descubierta.
Así pues, podríamos deducir que participamos de un doble movimiento: partimos de nuestro cuerpo para la práctica, es con lo que contamos desde la base, lo que primero tenemos a mano, nuestra herramienta de trabajo; después, basta con que la consciencia testifique ese hecho para que ella misma se transforme e ilumine la propia práctica. Son dos procesos que se retroalimentan, dos movimientos en uno solo, dos acciones inseparables que desembocan en la consecución de lo que podríamos llamar un cuerpo-mente integrado.
Es una forma de entender el yoga. El desafío consiste en poder trabajar con todas nuestras dimensiones básicas: cuerpo, mente, alma y espíritu sin reducir unas a otras, para terminar por fin integrándolas. Ésa quizá sea la clave que nos permita contemplarnos desde una perspectiva más amplia. Y ésa es la vía del yoga: una vía hacia lo ancho, hacia la apertura y hacia la iluminación.
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