«Los verdaderos maestros no dejan huella. Son como el viento de la noche que atraviesa y cambia por completo al discípulo sin por ello alterar nada, ni siquiera sus mayores debilidades: arrastra todas las ideas que tenía sobre sí mismo y lo deja como siempre ha sido, desde el principio.»

Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber

sábado, 28 de febrero de 2009

Siete años de yoga en Vitigudino

La próxima semana cumpliremos siete años de yoga en Vitigudino. Lo cierto es que lo que comenzó siendo un pequeño experimento ha terminado consolidándose como mi principal ocupación profesional. Y lo que en principio comenzó siendo una actividad al alcance de unas pocas personas ha logrado difundirse por toda la comarca para introducirse con éxito en otras localidades cercanas.

Pero a decir verdad mi andadura yóguica comenzó mucho antes. Si no recuerdo mal pude impartir mi primera clase allá por el mes de Octubre de 1992, hace ya más de dieciséis años. Y ese es un largo trayecto, qué duda cabe, tan sólo interrumpido por un periodo de dos o tres años en el que me dediqué a otro tipo de actividades.

Desde luego han sido muchas las anécdotas vividas a lo largo de todos estos años en tantos y tantos lugares, anécdotas que por cierto constituyen el fundamento y la trama de lo que va a ser (y que ya es) la nueva historia que acabo de escribir y que me ha llevado más o menos una año de minucioso trabajo. Se trata de un libro de yoga de unas doscientas cincuenta páginas.

Se trata, efectivamente, de un libro de yoga, pero no uno más de los típicos manuales de hatha yoga que uno puede encontrarse en cualquier librería, sino de una historia contada en primera persona que ofrece una visión de la tradición yóguica y de la práctica desde dentro, tal y como puede ser vivida por cualquiera que se inicie en ese camino, no de una mera descripción impersonal de las asanas, de sus prescripciones o de sus beneficios.

Desde luego éste es un proyecto bastante ambicioso. Y tanto fue así que hace unos meses pensé en la posibilidad de realizar un “trabajo de campo” que pudiera consistir en entrevistarme con algunos de los máximos exponentes de la tradición del yoga en nuestro país, algo que estaría francamente bien. Ese fue el motivo por el que me decidí a escribir a Ramiro Calle con la intención de entrevistarme con él. Sin embargo, lamentablemente, tras casi tres meses de paciente espera no he recibido respuesta alguna.

Eso me ha llevado a abandonar esa idea de las entrevistas y a pensar que tal vez no sea tan importante. De hecho el libro está terminado. Y mucho me temo, por el tono y la temática de la narración y de los diálogos de que consta, y por algunas de sus sugerencias, que tal vez no sea muy bien acogido por determinados círculos yóguicos. Al menos no espero de ellos el visto bueno para que este trabajo pueda salir a la luz.

sábado, 21 de febrero de 2009

¿Existe el número 2?

Recordando la ridícula iniciativa llevada a cabo por creyentes y no creyentes que consistía en exponer sus respectivos puntos de vista respecto a la existencia o inexistencia de Dios en los autobuses urbanos y que confirma la falta galopante de sabiduría que caracteriza a nuestra abotargada sociedad, uno corre el riesgo de deprimirse o apenarse ante esa ausencia y ante sus infructuosos intentos por hacer prevalecer sus propias visiones sobre el asunto.

El caso es que tanto creyentes como no creyentes parecen creer que Dios es algo o alguien que aún puede señalarse con el dedo si uno busca lo suficiente en la estratosfera, en la nebulosa de Orión, tal vez en la brillante Sirio o entre los millones de neuronas de nuestros cerebros. Pero lo cierto es que ni unos lo encontraran en algún lugar físico de este mundo ni otros podrán obtener en él una definitiva prueba de su ausencia.

Porque a mi juicio preguntarse si existe o no existe Dios es algo similar a preguntarse si existe o no existe el número 2 o cualquier otro concepto matemático como las raíces cuadradas, los logaritmos neperianos o las derivadas covariantes. Y todo por la sencilla razón de que tanto Dios como el número 2 no existen en el espacio físico del mundo.

Desde luego, por mucho que uno busque y aunque resulta incuestionable que el número 2 es una realidad en este mundo, uno no va a hallar el 2 (el referente 2) o todos los demás elementos matemáticos mencionados en ninguna parte del mundo físico, ya sea en Londres, en Nueva York, en Jaipur, en Pedrosillo el Ralo o en Horcajo Medianero, por la razón de que el 2 sólo puede encontrarse en el espacio mental del mundo, en concreto en el espacio matemático del mundo (un espacio que por cierto está en el espacio de la mente).

Por tanto parece obvio que el mundo no sólo consta de un espacio físico (fisiosfera) sino también de un espacio mental (noosfera) y probablemente también de un espacio espiritual (teosfera). Y es justo en este último donde los sabios (y no los meros creyentes) sitúan a Dios. Así pues resulta lamentable que tanto los creyentes como los no creyentes estén apuntando con sus juicios a un lugar equivocado. Y todo por la extraña manía de querer reducir toda la realidad al mundo físico o cuando mucho a los estratos más rudimentarios de la mente.

Ni que decir tiene que muy probablemente a los promotores de esas iniciativas les sonará a chino la palabra teosfera, pero lo cierto es que todos los sabios de las grandes tradiciones espirituales del planeta han sugerido que para conocer a Dios es necesario adentrarse en el espacio espiritual del mundo, y que precisamente Dios, la Divinidad, la Diosa, la Vacuidad, Brahman, Tao o cualquier otro nombre que elijamos para referirnos a esa realidad, es algo que no se nos suele aparecer como un objeto a señalar o como un concepto a comprender sino más bien como una experiencia a realizar.

jueves, 19 de febrero de 2009

Microrrelatos II

Como lo prometido es deuda aquí está la segunda entrega de mi próximo libro. Se trata de un nuevo microrrelato, una de las más de ochenta historias de que constará este trabajo. En breve me dedicaré a la ardua tarea de buscar una editorial que esté dispuesta a publicar un libro de este tipo. Reconozco que no soy muy amigo de llamar a demasiadas puertas. Así pues, trataré de que la espera no sea demasiado larga. En cualquier caso siempre nos quedará Mandala.


LO BAJO Y LO ALTO

Observaba las hormigas allá abajo y veía algunas gotas de su propia sangre estallando junto a la boca del hormiguero. Cuando podía alzaba su cabeza para tratar de ver la silueta incandescente de las nubes y el magno rompimiento de gloria. El aire le llegaba lejano, cargado de recuerdos. Junto a las hormigas vio también los excrementos de las palomas y de los cuervos que estaban a punto de devorar sus ojos. Vio mendigos y estafadores, ladrones y prostitutas. Recordó entre lágrimas las interminables noches que pasó junto a su ramera favorita embriagado entre su sexo y el vino. Se encontró de nuevo mordiendo el polvo al ser acosado por los sacerdotes tras la reprimenda con que castigó a los mercaderes. Se vio a sí mismo parado en la roca más alta desde la que se divisa el Jordán a punto de estallar de dolor y de incomprensión. Más de una vez estuvo a punto de matarse, con los cuchillos, con el veneno o con los escorpiones. El ocaso le trajo las curas, y la falta de saliva el recuerdo de los bautizos, el suyo y el de su familia. Una vez más los que le querían se apretaron junto a sus pies, esta vez temerosos. Tal vez quisieran que él los bautizara en sangre. También llegaron los abrazos, la esperanza compartida y la promesa de las bienaventuranzas. Sus ojos vidriosos divisaron el éxtasis, las soledades purificadoras y las batallas ganadas al hambre de Dios y a las plagas que merman el espíritu. Se sucedieron bodas, fiestas y otras algarabías. Todas las recordaba bien regadas con el júbilo y con los licores. Y recordó esos momentos inefables y postreros del crepúsculo, ese sentimiento y ese hilo de luz que, en su fugacidad, aún reúne todas las plenitudes y todas las aflicciones del mundo. Así se vio él, como el único corazón capaz de bombear la materia de esos calvarios, el único espíritu capaz de hacerle un sitio a la muerte y a la paz en esa cruz tan alta. No tuvo tiempo de mucho más. Murió cuando empezó a llover. El agua pudo limpiar la sangre del madero y arrastrar con ella el martirio y la luz del clavado.

La alquimia estaba hecha. Desde entonces el agua fue distinta. Aún conserva una porción de mística, una pequeña memoria de aquel evento de la cual nosotros bebemos felices, pero para llegar a la gloria definitiva tal vez debamos crucificarnos al igual que él.

lunes, 16 de febrero de 2009

¿Qué significa esto?

Cada día que pasa me pregunto qué significa esto del vivir, qué significa esto de estar vivo, qué es esta conciencia en la que parecen inscribirse todas mis experiencias, qué es esta conciencia que parece haber surgido en unas coordenadas históricas, sociales y culturales específicas, qué es en definitiva la vida.

Cada día que pasa me pregunto qué hubo antes y qué habrá después, si es que podemos hablar de antes y después, qué es esta conciencia que parece vivirme día tras día, qué significa ser consciente y qué significa que pueda hacerme estas preguntas.

Cada día que pasa parece que mi conciencia quiere acceder a ese mysterium tremendum que todo lo abarca y que amenaza con dejarme sin palabras ante el milagro de la existencia y ante la maravilla de poder reconocer que soy lo que soy.

Cada día que pasa me lleno de preguntas de este y otro tipo ante las cuales sólo puedo enmudecer como un niño víctima de una ignorancia santa. Cada día que pasa mi mente trata de convertirse en un espejo reluciente y vacío que pueda contener la totalidad del universo.

Cada día que pasa me pregunto en concreto qué significa ser Fernando Sánchez Turrión cuando todas las espiritualidades parecen querer decirnos que nuestra esencia es el Absoluto. Cada día que pasa me pregunto si llegaré a comprender algún día (o tal vez a recordar) que la materia de mi conciencia es la sustancia de Dios y que mi origen y mi meta son el origen y la meta del propio universo.

Y me hago estas preguntas por la sencilla razón de que de no ser así el mundo me parecería sumamente aburrido y superficial. Lo digo una vez más: no me cansaré nunca de tratar de adentrarme en las dimensiones más profundas de la existencia aunque no pueda precisar aún de qué están hechas. Ese es mi viaje y, me temo, el viaje de todos. Tal vez, después de todo, hallemos una respuesta satisfactoria a todas nuestras cuestiones o quizá encontremos en el silencio a la madre de todas las preguntas.

sábado, 7 de febrero de 2009

Integral-es

Resulta abrumadora la cantidad de centros, escuelas, instituciones y organizaciones (entre las que comienzan a incluirse algunas universidades como la JFKU) que intentan ofrecer enfoques integrales. Basta darse un pequeño paseo por la Red para verlo. De hecho podéis comprobar que es así si echáis un vistazo a algunos de los enlaces que aparecen en la columna de la izquierda de este blog.

Pero, ¿qué significa integral? Desde luego todos esos centros nos ofrecen su particular visión del asunto, pero parecen coincidir en que integral (resumiéndolo mucho) se refiere a todo aquello que tiene en cuenta la totalidad de las dimensiones humanas: materia, cuerpo, mente, alma y espíritu, y a todas las posibles subdivisiones de esos cuatro o cinco elementos fundamentales.

Es muy posible que no podamos saber en qué momento comenzó a utilizarse el término integral en la forma en que acabo de sugerir, pero parece que hay cierta unanimidad en que los que primero lo introdujeron fueron Aurobindo en Oriente y Jean Gebser en Occidente.

Yo, de momento, acabo de echarle un vistazo a la revista EnlightenNext, una publicación que trata de estos y muchos otros temas y que parece bastante interesante. Podéis acceder a la totalidad de uno de los números desde EnlightenNext, tal vez desde Holons si os suscribís y quizá desde Integral Life. Veamos hasta donde nos lleva todo ello.