Recordando la ridícula iniciativa llevada a cabo por creyentes y no creyentes que consistía en exponer sus respectivos puntos de vista respecto a la existencia o inexistencia de Dios en los autobuses urbanos y que confirma la falta galopante de sabiduría que caracteriza a nuestra abotargada sociedad, uno corre el riesgo de deprimirse o apenarse ante esa ausencia y ante sus infructuosos intentos por hacer prevalecer sus propias visiones sobre el asunto.
El caso es que tanto creyentes como no creyentes parecen creer que Dios es algo o alguien que aún puede señalarse con el dedo si uno busca lo suficiente en la estratosfera, en la nebulosa de Orión, tal vez en la brillante Sirio o entre los millones de neuronas de nuestros cerebros. Pero lo cierto es que ni unos lo encontraran en algún lugar físico de este mundo ni otros podrán obtener en él una definitiva prueba de su ausencia.
Porque a mi juicio preguntarse si existe o no existe Dios es algo similar a preguntarse si existe o no existe el número 2 o cualquier otro concepto matemático como las raíces cuadradas, los logaritmos neperianos o las derivadas covariantes. Y todo por la sencilla razón de que tanto Dios como el número 2 no existen en el espacio físico del mundo.
Desde luego, por mucho que uno busque y aunque resulta incuestionable que el número 2 es una realidad en este mundo, uno no va a hallar el 2 (el referente 2) o todos los demás elementos matemáticos mencionados en ninguna parte del mundo físico, ya sea en Londres, en Nueva York, en Jaipur, en Pedrosillo el Ralo o en Horcajo Medianero, por la razón de que el 2 sólo puede encontrarse en el espacio mental del mundo, en concreto en el espacio matemático del mundo (un espacio que por cierto está en el espacio de la mente).
Por tanto parece obvio que el mundo no sólo consta de un espacio físico (fisiosfera) sino también de un espacio mental (noosfera) y probablemente también de un espacio espiritual (teosfera). Y es justo en este último donde los sabios (y no los meros creyentes) sitúan a Dios. Así pues resulta lamentable que tanto los creyentes como los no creyentes estén apuntando con sus juicios a un lugar equivocado. Y todo por la extraña manía de querer reducir toda la realidad al mundo físico o cuando mucho a los estratos más rudimentarios de la mente.
Ni que decir tiene que muy probablemente a los promotores de esas iniciativas les sonará a chino la palabra teosfera, pero lo cierto es que todos los sabios de las grandes tradiciones espirituales del planeta han sugerido que para conocer a Dios es necesario adentrarse en el espacio espiritual del mundo, y que precisamente Dios, la Divinidad, la Diosa, la Vacuidad, Brahman, Tao o cualquier otro nombre que elijamos para referirnos a esa realidad, es algo que no se nos suele aparecer como un objeto a señalar o como un concepto a comprender sino más bien como una experiencia a realizar.
El caso es que tanto creyentes como no creyentes parecen creer que Dios es algo o alguien que aún puede señalarse con el dedo si uno busca lo suficiente en la estratosfera, en la nebulosa de Orión, tal vez en la brillante Sirio o entre los millones de neuronas de nuestros cerebros. Pero lo cierto es que ni unos lo encontraran en algún lugar físico de este mundo ni otros podrán obtener en él una definitiva prueba de su ausencia.
Porque a mi juicio preguntarse si existe o no existe Dios es algo similar a preguntarse si existe o no existe el número 2 o cualquier otro concepto matemático como las raíces cuadradas, los logaritmos neperianos o las derivadas covariantes. Y todo por la sencilla razón de que tanto Dios como el número 2 no existen en el espacio físico del mundo.
Desde luego, por mucho que uno busque y aunque resulta incuestionable que el número 2 es una realidad en este mundo, uno no va a hallar el 2 (el referente 2) o todos los demás elementos matemáticos mencionados en ninguna parte del mundo físico, ya sea en Londres, en Nueva York, en Jaipur, en Pedrosillo el Ralo o en Horcajo Medianero, por la razón de que el 2 sólo puede encontrarse en el espacio mental del mundo, en concreto en el espacio matemático del mundo (un espacio que por cierto está en el espacio de la mente).
Por tanto parece obvio que el mundo no sólo consta de un espacio físico (fisiosfera) sino también de un espacio mental (noosfera) y probablemente también de un espacio espiritual (teosfera). Y es justo en este último donde los sabios (y no los meros creyentes) sitúan a Dios. Así pues resulta lamentable que tanto los creyentes como los no creyentes estén apuntando con sus juicios a un lugar equivocado. Y todo por la extraña manía de querer reducir toda la realidad al mundo físico o cuando mucho a los estratos más rudimentarios de la mente.
Ni que decir tiene que muy probablemente a los promotores de esas iniciativas les sonará a chino la palabra teosfera, pero lo cierto es que todos los sabios de las grandes tradiciones espirituales del planeta han sugerido que para conocer a Dios es necesario adentrarse en el espacio espiritual del mundo, y que precisamente Dios, la Divinidad, la Diosa, la Vacuidad, Brahman, Tao o cualquier otro nombre que elijamos para referirnos a esa realidad, es algo que no se nos suele aparecer como un objeto a señalar o como un concepto a comprender sino más bien como una experiencia a realizar.
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