En ocasiones, cuando nos iniciamos en un camino espiritual o cuando simplemente tenemos un atisbo de lo que podemos llamar una realidad más elevada solemos hablar del despertar de la conciencia y cuando nos referimos a estas personas solemos decir que están “despiertas” en contraposición a su estado anterior de “dormidas”. Es un tema que suele darse muy a menudo en el círculo de la Nueva Era.
Y lo cierto es que con seguridad se trata de algún tipo de despertar pero probablemente no del verdadero Despertar, estado según el cual se define habitualmente al Buda (de hecho el Buda en sánscrito significa el “despierto”). Yo diría que generalmente ese pequeño despertar no es más que una toma de conciencia de que las cosas pueden ser realmente diferentes de cómo lo venían siendo hasta ahora, y esa toma de conciencia supone por lo general adquirir una visión más amplia de las mismas y una conciencia en la que aparecen valores y perspectivas que antes ni siquiera podíamos contemplar.
Pero este despertar no es con toda certeza el gran Despertar del Buda, sino, como algunos investigadores han demostrado, uno más de los muchos despertares de todo el proceso del desarrollo. El caso es que a primera vista ese pequeño despertar (un acontecimiento que entre los entusiastas de la Nueva Era va acompañado de todo tipo de supuestas iluminaciones e intuiciones, activación de determinadas energías, etc., algunas de las cuales es posible que sean verdaderas) se puede parecer al gran Despertar, al igual que pueden parecerse todos los cruces de cualquier frontera.
Sin embargo hay un asunto que casi siempre suele pasarse por alto y es el hecho de que al activarse todo un nuevo rango de sensibilidades también se hace más patente y evidente la necesidad de integrar lo que en clave psicológica podemos llamar la sombra, es decir, aspectos de uno mismo reprimidos, inconscientes, etc. Y ciertamente dar una solución a la sombra no es algo que ocurra por arte de magia como a veces se piensa, sino que por lo general éste es un trabajo que nos puede llevar años, por no decir décadas, por no decir toda la vida.
Por tanto después del subidón inicial hacia las alturas espirituales se hace necesaria y, en determinado momento, muy urgente la integración de la sombra. Aún así, suponiendo que hayamos podido reconciliarnos con los fantasmas del ayer no debemos olvidar, como ya bien intuyó Patanjali, que “la sustancia de lo que ha desaparecido y de lo que puede aparecer existe siempre” (Yoga Sutra IV 12), de lo cual podemos deducir que todo permanece en estado latente y que nunca se está libre de que determinados dolores del ayer puedan reaparecer hoy. De nuestra conciencia dependerá trascender todas esas situaciones.
Y lo cierto es que con seguridad se trata de algún tipo de despertar pero probablemente no del verdadero Despertar, estado según el cual se define habitualmente al Buda (de hecho el Buda en sánscrito significa el “despierto”). Yo diría que generalmente ese pequeño despertar no es más que una toma de conciencia de que las cosas pueden ser realmente diferentes de cómo lo venían siendo hasta ahora, y esa toma de conciencia supone por lo general adquirir una visión más amplia de las mismas y una conciencia en la que aparecen valores y perspectivas que antes ni siquiera podíamos contemplar.
Pero este despertar no es con toda certeza el gran Despertar del Buda, sino, como algunos investigadores han demostrado, uno más de los muchos despertares de todo el proceso del desarrollo. El caso es que a primera vista ese pequeño despertar (un acontecimiento que entre los entusiastas de la Nueva Era va acompañado de todo tipo de supuestas iluminaciones e intuiciones, activación de determinadas energías, etc., algunas de las cuales es posible que sean verdaderas) se puede parecer al gran Despertar, al igual que pueden parecerse todos los cruces de cualquier frontera.
Sin embargo hay un asunto que casi siempre suele pasarse por alto y es el hecho de que al activarse todo un nuevo rango de sensibilidades también se hace más patente y evidente la necesidad de integrar lo que en clave psicológica podemos llamar la sombra, es decir, aspectos de uno mismo reprimidos, inconscientes, etc. Y ciertamente dar una solución a la sombra no es algo que ocurra por arte de magia como a veces se piensa, sino que por lo general éste es un trabajo que nos puede llevar años, por no decir décadas, por no decir toda la vida.
Por tanto después del subidón inicial hacia las alturas espirituales se hace necesaria y, en determinado momento, muy urgente la integración de la sombra. Aún así, suponiendo que hayamos podido reconciliarnos con los fantasmas del ayer no debemos olvidar, como ya bien intuyó Patanjali, que “la sustancia de lo que ha desaparecido y de lo que puede aparecer existe siempre” (Yoga Sutra IV 12), de lo cual podemos deducir que todo permanece en estado latente y que nunca se está libre de que determinados dolores del ayer puedan reaparecer hoy. De nuestra conciencia dependerá trascender todas esas situaciones.
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