Existe un libro maravilloso titulado La biología del amor (editorial Apóstrofe). Su autor, Arthur Janov, es el conocido psicólogo y psicoterapeuta que ha desarrollado la Terapia Primal.
El trabajo de Janov demuestra brillantemente las nefastas consecuencias que puede tener una falta de amor temprana hacia el bebé y los posibles traumas que se derivan del periodo de gestación, del nacimiento y de los primeros años de vida. Según Janov muchas patologías que sufrimos en la edad adulta se originan en ese periodo temprano, momento en el que ese defecto se graba literalmente en la fisiología del cerebro en lo que Janov llama “la huella”.
Desde este punto de vista muchas patologías no son más que el rastro que la huella (inconsciente) ha dejado en nuestras neuronas, rastro que por otra parte es un intento del propio cerebro de recuperarla para traerla a la conciencia y liberarla finalmente de su cárcel inconsciente.
La exposición de Janov es sin duda maravillosa y reveladora, pero por otra parte parece reducir toda patología al trauma del nacimiento y a la falta de amor de los padres hacia el bebé, cosa que por supuesto puede ser perfectamente discutible.
Según Janov nos pasamos la vida intentando reprimir esa huella temprana, lo cual resulta a todas luces imposible, porque su recuerdo bulle insidiosamente debajo del córtex generando una presión difícil de obviar. Una de esas formas de represión consistiría en la búsqueda de gratificaciones y todo tipo de placeres a través de los cuales mantener el dolor temprano lejos de la conciencia.
No tengo ninguna duda de que esto es así, sin embargo la cosa empieza a complicarse cuando Janov sugiere que entre estos placeres también se cuentan el misticismo y todo tipo de experiencias místicas y religiosas, experiencias que Janov contempla con un gran recelo, sobre todo el tipo de experiencias que proclaman las espiritualidades de tipo new age.
Al igual que Janov desconfío bastante de la autenticidad de estas espiritualidades, pero no por ello todas las espiritualidades y todos los estados místicos deben ser una farsa (o un intento de reprimir la huella). Si así fuera la religión sería una de las mayores farsas de la historia.
Otras de de las cosas que Janov parece soslayar es el valor de la intelectualidad y de la mente superior (córtex). Según Janov solamente es posible recuperar la huella (tronco cerebral, sistema límbico) a través de las sensaciones y los sentimientos, es decir, yendo de dentro a fuera, del tronco cerebral al córtex para que la huella sepultada en lo profundo de los cerebros primitivos emerja en la conciencia, y nunca al revés. En esto estamos de acuerdo. Sin embargo Janov parece olvidarse de que para recuperar la huella primero la propia evolución ha debido inventar la Terapia Primal, algo que sólo ha podido ocurrir gracias al córtex y a la mente superior.
Por tanto ambos movimientos, hacia fuera y hacia dentro, nos parecen igualmente valiosos y dignos de destacarse.
El trabajo de Janov demuestra brillantemente las nefastas consecuencias que puede tener una falta de amor temprana hacia el bebé y los posibles traumas que se derivan del periodo de gestación, del nacimiento y de los primeros años de vida. Según Janov muchas patologías que sufrimos en la edad adulta se originan en ese periodo temprano, momento en el que ese defecto se graba literalmente en la fisiología del cerebro en lo que Janov llama “la huella”.
Desde este punto de vista muchas patologías no son más que el rastro que la huella (inconsciente) ha dejado en nuestras neuronas, rastro que por otra parte es un intento del propio cerebro de recuperarla para traerla a la conciencia y liberarla finalmente de su cárcel inconsciente.
La exposición de Janov es sin duda maravillosa y reveladora, pero por otra parte parece reducir toda patología al trauma del nacimiento y a la falta de amor de los padres hacia el bebé, cosa que por supuesto puede ser perfectamente discutible.
Según Janov nos pasamos la vida intentando reprimir esa huella temprana, lo cual resulta a todas luces imposible, porque su recuerdo bulle insidiosamente debajo del córtex generando una presión difícil de obviar. Una de esas formas de represión consistiría en la búsqueda de gratificaciones y todo tipo de placeres a través de los cuales mantener el dolor temprano lejos de la conciencia.
No tengo ninguna duda de que esto es así, sin embargo la cosa empieza a complicarse cuando Janov sugiere que entre estos placeres también se cuentan el misticismo y todo tipo de experiencias místicas y religiosas, experiencias que Janov contempla con un gran recelo, sobre todo el tipo de experiencias que proclaman las espiritualidades de tipo new age.
Al igual que Janov desconfío bastante de la autenticidad de estas espiritualidades, pero no por ello todas las espiritualidades y todos los estados místicos deben ser una farsa (o un intento de reprimir la huella). Si así fuera la religión sería una de las mayores farsas de la historia.
Otras de de las cosas que Janov parece soslayar es el valor de la intelectualidad y de la mente superior (córtex). Según Janov solamente es posible recuperar la huella (tronco cerebral, sistema límbico) a través de las sensaciones y los sentimientos, es decir, yendo de dentro a fuera, del tronco cerebral al córtex para que la huella sepultada en lo profundo de los cerebros primitivos emerja en la conciencia, y nunca al revés. En esto estamos de acuerdo. Sin embargo Janov parece olvidarse de que para recuperar la huella primero la propia evolución ha debido inventar la Terapia Primal, algo que sólo ha podido ocurrir gracias al córtex y a la mente superior.
Por tanto ambos movimientos, hacia fuera y hacia dentro, nos parecen igualmente valiosos y dignos de destacarse.
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